Ramón Pérez Montero
Grumos
Quizás no seamos sino aquella parte grumosa de la que el universo trata de librarse
Enfundado en su elegante delantal negro, Juan se dispone a combinar los elementos que darán forma a su universo en miniatura. Cebolla bien picada con sus dientes de ajo y el correspondiente perejil. Los pone en un barreño y añade agua fría. Que el agua esté bien fría, advierte, es la clave para que no se formen grumos cuando mezcla la cebolla con la harina de trigo, en doble proporción a la de garbanzo. Remueve ágilmente la masa y la va incrementando con sucesivos aportes de agua o harina, según le vaya pidiendo la espesura de la mezcla. Le pone un delicado toque de color y de sabor con ese azafrán marca El Avión que parece rescatado de mis sueños infantiles. Finalmente deposita en la masa un enjambre de camarones, muchos de los cuales aún luchan inútilmente por escapar a su sino. Cubre todo con un paño, para que repose en tanto se calienta el aceite.
Mientras observo a Juan haciendo sus tortitas de camarón, pienso en la naturaleza de este otro universo del que formamos parte. Dice la teoría de la inflación que nuestro universo, por el hecho de su temprano enfriamiento (como el agua fría de Juan), es plano, homogéneo y simétrico. Aunque, eso sí, con débiles fluctuaciones cuánticas que darían más tarde origen a las galaxias, las estrellas, los planetas e incluso a nosotros mismos, en fin toda esta materia bariónica de la que estamos hechos. Me pregunto entonces si toda la materia observable en nuestro universo (menos de una cuarta parte del total) no será sino los grumos dentro de una masa homogénea e invisible formada, dicen, por la energía y la materia oscura.
Quizás formemos parte, en este caso, de aquello que constituye una imperfección, por más que tolerable, en la receta original del universo, o un fallo en la elaboración de la masa, pero en cualquier caso una manifestación de su naturaleza dinámica, muy próxima a lo vivo. Quizás no seamos sino aquella parte grumosa de la que el universo trata de librarse, sin que los astrofísicos, a día de hoy, hayan llegado a ponerse de acuerdo si finalmente lo hará en un estado diluido y frío, o bien acabará, bajo el peso de su propia gravedad, hecho una plasta por completo.
En el caso de las tortitas de camarón de Juan, cuando le quita el velo, la masa continúa suelta y homogénea. Toma cucharadas de ella y las extiende sobre la superficie hirviente del aceite. Lentamente la masa se despliega y va adquiriendo su aromática y fina consistencia de encaje dorado en torno a los cuerpos diminutos de los camarones, ya resignados a entregar su delicada promesa de sabor. El constructor de este universo diminuto parece mostrarse satisfecho del resultado, pero me ofrece la primera tortita para que compruebe su textura y su punto de sal. Me quema las puntas de los dedos y debo soplarla con fuerza para poder someterla al requerido escrutinio. Los seres humanos no podemos aspirar a ver la materia oscura y mucho menos la energía de este mismo nombre, así que estamos condenados a forjar la realidad con la materia visible que nos rodea.
Mi sentido del gusto, previamente seducido por el del olfato y por el placer visual de ver al hacedor de las tortitas en pleno ritual de elaboración, constata la delicia del resultado. Definitivamente las tortitas de camarón de Juan guardan sabor a creación primigenia en su genuina forma de galaxia.
Ver comentarios