La gravedad que aprendimos de Franco

El proceso de esta semana ha dado lugar a un extraño proceso: la 'exhumación de Schrodinger'

El mensaje que nos ha legado Franco no ha dejado de sonar esta semana en mi cabeza. Su enseñanza es clara, algo angustiada, pero que nos puede servir de guía en estos tiempos convulsos que estamos viviendo. «Busco un centro de gravedad permanente que no ... me haga más cambiar de idea sobre las cosas, sobre la gente, una y otra vez». Les estoy hablando (no le creo tan ingenuocomo para no haberse dado cuenta desde el primer momento de que el titular tenía más trampas que la Declaración de la Renta de un futbolista) de Franco Battiato. En esta época de verdades relativas y mentiras pasadas de vuelta hace falta, más que nunca, un centro de gravedad permanente.

Lo del otro Franco (me ahorraré el calificativo para salvar la descalificación) es un asunto que, con la gravedad que cada cual le haya querido dar, se ha hecho pesado. Los adjetivos que hemos empleado para hablar de la exhumación nos han definido más a nosotros mismos que al propio hecho en sí, que parecía más la final del COAC que el traslado del cadáver de un antiguo jefe de Estado (de nuevo, he tirado de la calificación más neutra) de un lugar a otro. Aquí todo el mundo ha querido arrimar la corona a su difunto y el resultado ha sido, en tertulias de tele, bar, amigos o redes sociales, si es que hay alguna diferencia entre ellas, lo que he venido a definir como la ‘Exhumación de Schrodinger’. A la misma vez, ha sido una profanación de tumba y un funeral de estado. Al alimón, una venganza marxista y un acto de proclamación ultraderechista. En paralelo, una humillación para los Franco y una bajada de pantalones ante ellos. Ex aequo (ay, latín, que disimulas mi falta de vocabulario) una reparación y una reapertura de heridas. Lo repito, las valoraciones han funcionado como un anónimo con insulto que, en rigor, pone nombre a quie lo envía. Me voy a mojar. Cuando en esta patria tan cainita todos se han sentido abeles, igual es que las cosas no se han hecho tan mal. O lo suficientemente cutre para que, estando todos agraviados, ninguno lo explote del todo.

Lo cierto es que, quién lo diría, parece que la exhumación sucedió hace mucho más que tres días. No se han quemado ni las iglesias ni los abascales, cada hijo de vecino sigue con sus mismas preocupaciones, rellenando la quiniela y olvidándose de comprar los yogures en el Supersol. El sol volvió a ponerse por La Caleta y a saludar desde los puentes que, cuando vuelva a cambiar el centro de gravedad, quizá cambien de nombre y opinen, callados y cumplidores, de nuestros futuros entierros.

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios