Ignacio Moreno Bustamante - OPINIÓN
Un gracioso sin gracia
El empresario Muñoz Medina faltó al respeto a Teresa Rodríguez y a todas las mujeres; ahora también a todos los gaditanos
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La historia ya se la sabe usted. Fue en vísperas de Navidad. El empresario y entonces vocal de la Cámara de Comercio de Sevilla, Manuel Muñoz Medina, se tomó dos –o tres o cuatro– copas de más y en un acto público se encontró con la parlamentaria andaluza Teresa Rodríguez. Envalentonado por el alcohol, se dirigió a ella, la arrinconó contra la pared y simuló darle un beso poniendo su mano entre sus labios y los de ella. Lo que viene a ser una auténtica imbecilidad. No hablaremos de acoso sexual ni nada por el estilo porque quien en realidad lo ha sufrido sabe que eso es algo mucho más grave. Esto no deja de ser un patético intento de hacerse el gracioso que le debería costar bastante caro.
Pero por aquello de que todo el mundo tiene derecho al beneficio de la duda, y pasados ya unos meses, podríamos pensar que se trató de una metedura de pata. Que probablemente está arrepentido. Sin embargo, esta misma semana hemos podido constatar que no. Que realmente el ‘graciosillo’ Muñoz Medina es idiota de verdad. No fue un acto de imbecilidad transitoria. Él mismo lo dejó bastante claro en el juzgado, afirmando que hizo lo que hizo porque «Teresa Rodríguez es de Cádiz». Toma ya. Ese es su argumento de defensa. «Es de Cádiz y allí hacen chirigotas que se meten hasta con el Rey, si llega a ser de Checoslovaquia no se la gasto».
Ha pasado de faltarle al respeto a una mujer, a todas las mujeres en realidad, a faltárnoslo también a todos los gaditanos. Somos muy graciosos y se nos pueden gastar bromas estúpidas. Puede usted venir a Cádiz y tirar de tópico. Gritar en la Plaza de Las Flores que somos todos unos vagos. O colgar una pancarta en el puente Carranza donde se recuerde aquello de que aquí encalló un barco cargado de mariquitas y desde entonces ya se sabe. O ir por la calle Ancha soltando improperios a las señoras con las que se cruce. Total, aquí nos lo tomamos todo a broma. Ja, ja, ja. Qué divertido. Si voy a Checoslovaquia no. Allí serio. En Cádiz, cachondeo.
Y para colmo de males, el protagonista de esta historia se jacta de que desde que ‘saltó’ a la fama por ser un patoso, las ventas de su empresa han aumentado un 1%. Por si quedaba duda del tamaño de su cerebro. A ver si cuando el juez dicte sentencia lo hace de modo ejemplar. Al estilo de Emilio Calatayud con los menores rebeldes. Es obvio que a estas alturas este señor dificilmente va a aprender ya ninguna lección. Pero dejarlo todo en una simple multa sería un insulto para las mujeres y para los gaditanos. Podría ser condenado a irse andando a Checoslovaquia para aprender a comportarse seriamente. Así tendría tiempo de reflexionar. Y eso sí que sería gracioso. Entonces sí que nos reiríamos todos.