Antonio Ares Camerino - Opinión
Soy de la Galia
Conseguir que las personas se conviertan en marionetas en manos de un ente cruel y anónimo es la meta
Antes que nada pedir perdón por el retraso. Los tiempos nos vienen impuestos. Pero tal vez la distancia espacial y temporal nos pueda dar esa frialdad concienzuda que tanto hace falta en momentos así.
En aquel reducto independentista del Imperio Romano, en el córner de la Bretaña francesa, la violencia era otra cosa. Con la ventaja de poseer el brebaje mágico del druida, que los dotaba de una fuerza descomunal, el ímpetu sólo se manifestaba en forma de mamporros a centuriones y descalabros desastrosos a las legiones romanas. Panoramix ejercía de chaman en la aldea, su pócima les hacía invencibles.
No imaginaban Uderzo ni Goscinny que otro tipo de violencia, cruel y descalabrada, podrían cercenar las entrañas de la Ciudad de la Luz.
Las ciudades tienen sus rincones, los pueblos su identidad. Los mercados y los cementerios toman el pulso de las metrópolis. Cuando los cadáveres traspasan su lugar y se ubican fuera del recinto sacrosanto todo se torna cruel. En Paris se mezcla todo. De ser ciudad de la luz, cuando una la vista con cierta frecuencia, pasa a ser ciudad deseada. Majestuosa y coqueta, inmensa y transitable, acogedora y rebelde, napoleónica y camaleónica, misteriosa y rinconera. En ella todo es posible. ¿Quién podría imaginar que en sus bulevares, abiertos sin miedo a horarios, se podría alojar el crimen sin sentido? ¿Quién podría suponer que en sus plazas, trasiego de culturas y permeables a la libertad, igualdad y fraternidad, se podría instalar la barbarie? ¿Quién en la más atroz pesadilla podría imaginar tanta muerte a pie de calle?
En esta tercera Guerra Mundial a ciegas todo es posible. Ya no existen enemigos identificados, surgen de la niebla, por arte de magia negra. Ya no es cuestión de banderas ni de ideologías, ni siquiera de fanatismos religiosos. Todo gira en torno a la crueldad más depravada. Atrás quedaron los ejércitos y las tácticas bélicas. De nada sirve tener un buen estratega como jefe de nuestras filas.
No quieren nada, no reivindican un territorio, una posesión, ni siquiera es el dinero ni el poder, es sólo el caos, la destrucción de cualquier orden establecido. Conseguir que las personas se conviertan en marionetas en manos de un ente cruel y anónimo es la meta. No valen razonamientos ni argumentos, no es cuestión de diálogos ni entendimientos. Sentarse con ellos en una mesa sólo puede acabar con tu vida. Sordos y ciegos, solo entienden de destrucción.
No persiguen ningún objetivo, sólo la anarquía es su meta, como si del desconcierto pudiera salir algo bueno, como si el salvajismo pudiera ser norte de alguna forma de vida. Los que tenemos el corazón gabacho por razones familiares, aún sin saber francés, hemos sentido el dolor en primera mano. Miedo e incertidumbre. Insensatez y desconsuelo. Con sólo imaginar lo que le pudo pasar a él, que estaba allí, se nos hiela la sangre. Durante unas horas una mancha negra se apoderó de nuestros corazones. Para ponerse en los zapatos del otro sólo basta con tener un hijo allí.
La libertad vencerá al odio, la igualdad ganará terreno y la fraternidad nos hará más grandes.
«Pero esos déspotas sanguinarios,
pero esos cómplices de Bouillé.
Todos esos tipos que, sin piedad
desgarran el corazón de su madre…»