HOJA ROJA
Gaditanos del año
Y no es una labor fácil la del Ateneo, créame. No tanto por no saber a quién distinguir, como por no dejar atrás a personas que destacan en el día a día en nuestra ciudad
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Creo que fue Caballero Bonald el que dijo aquello de que ser gaditano es un estado de ánimo. Y si no lo dijo, debería haberlo dicho, porque ninguna definición se acerca más a lo que realmente somos. Siempre he pensado que el lugar de nacimiento no es más que una circunstancia, y como no creo en los determinismos genéticos, he sido siempre enemiga de consignas gaditas, y de tópicos facilones como lo del gaditano que nace donde le da la gana y otras lindezas por el estilo. Pero tengo que admitir que me reconozco en ese estado de ánimo que –y esto sí que lo dijo nuestro Premio Cervantes- se mueve “entre el Senado romano y el tubo de la risa”. O lo que es lo mismo, entre la picardía de quien lleva una mochila cargada de historia –de historias-, y la inocencia del que estrena vida cada mañana, reinventándose en cada esquina, sorprendiéndose cada vez que se topa con el mar. Una extraña mezcla entre fenicios y piratas que nos hace muy malos mercaderes de nuestro propio destino. Porque nos vendemos barato, y casi siempre, mal. Y nos miramos tanto el ombligo, como nos cuesta mirar el de los demás, donde siempre encontramos, eso sí, la paja ajena, sin ninguna dificultad.
Por eso resulta algo más que interesante que una institución centenaria como es el Ateneo Literario, Artístico y Científico de Cádiz, vaya camino de cumplir la mayoría de edad distinguiendo a aquellos vecinos –y vecinas, también- que de una manera plural e independiente hayan destacado en alguna disciplina, o en algún ámbito de trabajo, o en alguna faceta específica de la vida. Porque son ya dieciocho ediciones las que cumplen los premios Gaditanos del Año-Siglo XXI, y ciento ochenta los gaditanos y gaditanas que integran la lista de galardonados. No son pocos, dirá usted, con esa tendencia a cuantificarlo todo que tenemos. Y lleva razón, porque no están todos los que son, pero tenga por seguro que todos los que están, lo son.
Gaditanos que lo han sido más fuera que dentro, como Hernán Cortes, o Sara Baras, o Rafael de Paula, o José Manuel Caballero Bonald, o José Mercé. Gaditanos que, sin serlo, han ejercido de pimpis por el mundo, como Jesús Maeso, o Mariano Peñalver, o Gisela Pulido, o Alberto Campo Baeza, o Pasión Vega. Gaditanos tan de aquí, que es aquí donde más se les reconoce, como Pedro Payán, o Emilio Aragón, o José María Esteban, o Manolo Santander, o Enrique Villegas. Gaditanos que vienen y van, como escribió Alberti, “llamando siempre Cádiz a todo lo dichoso, lo luminoso que me aconteciere”.
Y no es una labor fácil la del Ateneo, créame. No tanto por no saber a quién distinguir, como por no dejar atrás a personas que destacan en el día a día en nuestra ciudad. Y no es una labor fácil la del Ateneo la de haberse quitado la pátina que el tiempo suele otorgar a este tipo de instituciones y que termina por oxidar sus pilares. La esclerosis del mundo academicista y del verbo florido; la parálisis del localismo excesivo y autocomplaciente. No, la labor del Ateneo no ha sido fácil, y sin embargo, ha demostrado que ha sabido adaptarse, no a una época de cambios, sino a un cambio de época. Y que lo ha hecho de manera airosa.
Los Gaditanos del Año 2017 son –somos- gente corriente que comparten un estado de ánimo, el de trabajar en, o para la ciudad en la que nacieron y el de llevar su nombre, no como bandera –no me gustan las banderas-, sino como símbolo de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Carbures, que ha puesto a Cádiz en el cielo de medio mundo; el Instituto de Investigación e Innovación en Ciencias Biomédicas de la UCA y el SAS, que busca la excelencia en la investigación médica; el Festival Internacional de Folclore Ciudad de Cádiz que durante tres décadas –y las que quedan- nos convirtió en el centro del mundo de la música y el baile tradicionales; Francisco Herrera que, sin dejar de mirar al futuro médico, nos ha descubierto nuestro pasado; Marcelino Porquicho para el que ser gaditano, además, es un sinónimo de buen vecino; el club Cádiz 2012, que ha hecho del voleibol femenino otra seña de identidad gaditana; el Museo Paquiro, referente para un turismo que busca algo más que sol y playa en la vecina Chiclana.
Y junto a ellos, el poder poderoso de Leo Power, a la vanguardia del flamenco más gaditano y más internacional; Antonio Martínez Ares, gaditano eterno que, en su eternidad, ha marcado toda una época en el difícil mundo del carnaval; y Antonio Reguera que lleva cincuenta años riéndose y llamando Cádiz no solo a lo dichoso, sino a lo irreverente, a lo transgresor y a lo liberal. La marca de la casa.
Gaditanos del año, con los que comparto el orgullo de haber sido galardonados por una institución centenaria y consolidada como es el Ateneo, de haber sido reconocidos por nuestros vecinos –y vecinas-; y con los que comparto, también, la responsabilidad de seguir siendo “dueños del mar en las olas” hijos de ese Cádiz albertiano que, algún día, “será más Cádiz que ayer y ahora”.
Gracias.