Nandi Migueles
Una función de gloria
La función iba a comenzar en el Cielo de Cádiz. Así se llamaba el teatro
La función iba a comenzar en el Cielo de Cádiz. Así se llamaba el teatro. Un teatro a rebosar donde no cabía ni un alfiler. Un teatro tan peculiar y extraordinario que carecía de butacas y anfiteatros, solo existían localidades de palcos y paraíso. Exornado con Antifaces de oro y Plumeros de plata y con una alfombra de papelillos y serpentinas. En el público todo tipo de aficionados. En el paraíso estaban componentes del coro de Los que nunca mueren tocando palmas junto a Los del celeste imperio. Marujas y Guiris y toda clase de Ángeles y demonios, que comentaban con Los luceros del alba el gran ambiente de esa velada. Fantasmas, brujos y brujas Piti se hacían selfies con los dioses del Olimpo y en el foto-cool del ambigú celestial, se exhibían para Los fotógrafos de la prensa una Comunidad formada por extravagantes y singulares personajes. Fabulistas, Chulapos, Romeos, Pintamonas y algún que otro Birria, donde mostraban sus sonrisas más maravillosas para las improntas solicitadas. En un palco principal grandes autores de renombre, Paco alba, El tío de la Tiza y Cañamaque, muy atentos a quien entraba y justo en el palco contiguo se hallaban Requeté, El Chimenea, El Batato y El Carota contando chistes verdes y subiditos. Todos los Espíritus de Cádiz acudieron a esa función. Tras el telón, el cual estaba hecho de nubes y con un decorado de fondo que simulaba un Arcoíris, aguardaban los componentes de la primera agrupación de la noche, un coro celestial. A su director le llamaban El Quini, en la orquesta iban como laudes Juanito Poce, Vicente Barreiros y Manolo Rojas. Con sus bandurrias sobre el pecho esperaban Antonio Castilla, Palacios, Antonio Hucha, Luis Conde y Elena Casais y con la guitarra y el mástil apuntando hacia arriba, mi amigo Juan Antonio Lama y dos grandes maestros, Herrera y el Habichuela. Como componentes y en cada cuerda de voces el coro llevaba lo mejor de lo mejor. Antonio Migueles, El Astro, Miguel ángel Cordón, Idelfonso Perales, Manolo Cabañas, Jesús Monzón, Chatín, El Petra, Bocuñano, Carlos Peña, Juan Antonio El Quijote, El Quiqui y muchos más que han estado ensayando en un local situado muy cerca del Limbo. Cuentan que en los ensayos era un puro cachondeo, sobre todo cuando se juntaban Miguel el Mellao, el Bolea y el Pucherito con su Guasa de Cádiz. En bambalinas están Pedro Romero y Enrique Villegas y en los bastidores el bueno de Maspapas queriendo hacer uno de sus saltos mortales. Todos los Espíritus de Cádiz se habían dado cita en esa noche. Se abren cortinas y suena una tremenda ovación de gala para recibir al coro. -Ole ole mi Cai, lo digo a boca llena y el que no diga ole que se le seque la hierbabuena-, gritaba desde su palco, número 18 María la Hierbabuena con su singular timbre de voz. Marca el director de la orquesta y empieza la falseta de introducción que suena a Gloria. Compás de palmas, tono de tango y comienza a cantar el coro. «Desde la piedra redonda de la Caleta, conozco a mi Falucho por la silueta». La gente los escucha con atención boquiabiertos y en una de las pausas del bello tango se oye una voz que sobresale por encima de todos y que recorre el interior del cuerpo de todos los presentes poniéndoles el vello de punta, !!! CÁI !!! Había llegado José Payán El Pillo, el que faltaba.