Ramón Pérez Montero - Artículo

Fregona

No se nos debe olvidar que uno de los grandes descubrimientos del arte moderno es que la obra la crea quien la mira

Ramón Pérez Montero

Días atrás asistí en Tarifa a la conferencia que sobre su vida y obra ofrecieron dos de sus señeros pintores locales: Antonio Rojas y Chema Cobo. Siempre resulta gratificante, además de fecundo, escuchar las palabras de los pintores modernos sobre la génesis y el sentido de su obra. Hubo un momento evolutivo en el desarrollo del arte pictórico en el que este, más que preocuparse por reflejar cierta imagen de la realidad, se interesó sobre todo por sí mismo como fenómeno comunicativo. Intentó explicarse a sí mismo e intentó, al mismo tiempo, enseñarnos a leer la ‘rareza’ de sus formas.

También por esos mismos días leí, no recuerdo ahora si en algún medio ‘serio’ (signifique esto lo que signifique) o si en una de esas ramificaciones paródicas ofrecidas por las redes sociales, que una empleada del servicio de limpieza de cierto museo de arte moderno dejó olvidado su carro en una sala entre las obras escultóricas allí expuestas. A la mañana siguiente los visitantes se agolpaban con rostros admirados en torno a aquel extraño artefacto compuesto por fregona, mopa y diversos productos detergentes tratando de captar su misterio mediante, incluso, el objetivo de sus cámaras. Puede sonar a chiste, pero no se nos debe olvidar que uno de los grandes descubrimientos y reconocimientos del arte moderno es que la obra la crea quien la mira. Resulta muy curioso que esos objetos que en nuestro entorno familiar no nos sorprenden demasiado (una fregona, sin ir más lejos), aparezcan como expuestos bajo una luz extraña cuando el arte nos los propone con un sentido nuevo. Basta para ello con que logre que fijemos nuestra atención sobre el objeto. Si somos capaces de centrar en él nuestra mirada descubrimos nuevas perspectivas, ángulos antes ocultos, mensajes insospechados. En este sentido podemos decir que el arte propone y el espectador dispone. Cuando los objetos del ámbito doméstico pasan a formar parte de una comunicación artística se convierten en piezas de arte y pueden dejar de lado cualquier aspiración de trascendencia. El objeto encuentra significado en sí mismo. El único cometido del artista es captar la atención de quien mira (o quien escucha, en el caso de la música) para que sea el espectador quien construya la obra en el interior de su propia conciencia. El arte moderno liberó a los objetos de las cadenas de lo cotidiano y los utilizó de señuelo para llevarnos a un nuevo campo de sentido donde encuentran una desconocida dimensión.

Luhmann explica esto mismo otorgando a la obra de arte el estatus de objeto artificial, mediante el cual el artista guía las expectativas del usuario y lo sorprende, mientras que este debe descifrar la estructura de la obra. Se consigue así establecer una realidad ficticia propia que se diferencia de la realidad habitual. Una realidad imaginaria que, imitando o criticando la realidad, propicia una observación diferente del contexto cotidiano por el observador, reduciendo al arte (por el arte) al simple acto de distinguir.

He puesto el ejemplo de la fregona, pero también podría haberme valido del caso de aquella buena mujer que, aprovechando las vacaciones del párroco, se dedicó con su mejor intención a la restauración del Ecce Homo del santuario de su pueblo porque, a su entender, se encontraba en lamentable estado de abandono. El resultado no sería del todo satisfactorio, pero concitando la atención generalizada ha hecho famosa a su creadora y se ha transformado en un icono del arte que incluso luce en las camisetas.

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