El umbral máximo de desvergüenza
Si se usan mucho, el escándalo, el beso y la caricia dejan de sentirse
Si se usan mucho, el escándalo, el beso y la caricia dejan de sentirse. El amor y el sobresalto son de las cosas de las que primero se cansa uno. Eso lo aprenden los adolescentes en los bancos donde se sientan a besarse durante horas ... y los politólogos de los gabinetes. En política se da la paradoja por la que, a mayor escándalo, menores son proporcionalmente sus efectos en la ciudadanía. Existe un umbral máximo de desvergüenza por encima del cuál, el ciudadano ni siente, ni padece y esta ley la están asumiendo peligrosamente mandatarios del mundo entero cuando concluyen que en política, si se va a liar, vale la pena liarla mucho.
En EEUU, los demócratas llevaron al presidente Trump a un ‘impeachment’ por sus escandalosos comportamientos en Ucrania a sabiendas de que, por muy comprometidos que fueran los argumentos de la acusación, la mayoría republicana en el Senado nunca lo declararía culpable. La jugada demócrata consistía en minar el voto republicano entre los votantes independientes que fluctúan entre los dos grandes partidos y que harían decantarse las presidenciales de noviembre a su favor. Este era el plan, pero conforme avanzó el proceso de juicio que ha llegado al Senado esta semana, las encuestas dicen que sucedió exactamente lo contrario: la bolsa de independientes favorables a echar a Trump de la Casa Blanca fue menguando, y esto no pasó no por falta de escándalo; al contrario, por exceso. Los testimonios en los que los implicados dejaban cada vez más claro cómo Trump había usado el Despacho Oval en su propio beneficio y había tomado a Ucrania como rehén para terminar con su posible rival Joe Biden. La embajadora norteamericana en Kiev insinuó que había temido incluso por su seguridad. El propio Trump salió en su defensa atacando a los testigos incluso dejando ver que en otros tiempos se hubieran tomado medidas drásticas contra ellos. Nada de eso funcionó. El escándalo ha tomado dimensiones dolomíticas y ahí, en las alturas de lo intolerable, demuestra que, en lugar de azuzar la indignación, la duerme. Sobrepasado determinado umbral máximo de desvergüenza, nuevos escándalos no restan popularidad: la suman.
Esto sucede en EEUU, pero también en España. Las dos últimas convocatorias de elecciones las hizo posible Sánchez ante el argumento de que el Gobierno de España no podía depender de los independentistas o de Bildu, y que él mismo no podía sentarse en una mesa con Torra en la que se pidiera la autodeterminación de Cataluña y la libertad de los políticos presos. Hoy, pacta el Gobierno con Esquerra, los presupuestos de Navarra con Bildu, se sentará en una mesa en la que se hablará de autodeterminación y donde se pactará una consulta. También tratará de indultar de manera encubierta a los políticos presos reduciendo las penas por sedición. Ahora y entonces, el nivel de escándalo entre la ciudadanía es más o menos el mismo, pues no cabe más escándalo, y así, Sánchez, como Trump, le cogen el truco a la ciudadanía, la medida del umbral máximo de desvergüenza a partir del cuál, no pasa nada. El escándalo termina por anestesiar al ciudadano, que ve superada su capacidad de sorpresa como los bancos pueden ver superada su capacidad de morosidad. Como dice la teoría del crédito, si le debes 600.000 euros al banco, tienes un problema, pero si le debes 6.000 millones, el problema lo tiene el banco.