Francisco Apaolaza

Robles & Almeida

No sé cómo viviremos esto en el futuro, ni cuáles serán las fobias que nos depara el virus

Hace días que vivo instalado en una dolorosa anestesia. Casi todas las cosas que en los primeros días de encierro suponían pequeños placeres redescubiertos invitan ahora rechazo: el olor del jabón de manos que dejaré de usar cuando esto termine, la receta del pan, la ... ropa cómoda, el zoom con los colegas, los wasap de ánimo y los carteles de arcoiris en las ventanas que a veces, cuando paso, imagino hechos añicos. Hasta el privilegio del paseo con los perros dos veces al día se ha convertido en un recorrido por el mapa urbano de la angustia. Comienzo a dudar de si el olor de los bizcochos en el horno, que siempre es un territorio de alegría, mañana dará asco. No sé cómo viviremos esto en el futuro, ni cuáles serán las fobias que nos depara el virus . En los primeros días, soñábamos con hacer muchas cosas y ahora soñamos con no hacerlas. Estoy materialmente hecho de gel hidroalcohólico y de desencanto. Al cierre de esta columna se ha ido Ángela, se ha acabado la levadura y no tengo ganas de aplaudir.

Entre los escombros del silencio, la tristeza, la zafiedad de lo que sale en los informativos, se aparece de vez en cuando una mujer, menuda, temblorosa y sin embargo firme. Cuando habla, se le quiebra la voz bajo la mascarilla, pero se le reconoce: es Margarita Robles, la ministra de Defensa. ‘Margarita y cierra España’ relata ante la prensa cómo los efectivos de la UME han velado y rezado ante los ataúdes de los fallecidos, en su soledad de cero grados de la pista de patinaje de mi barrio, el centro comercial al que nuestras niñas acudían a ver películas con sus abuelas y que la catástrofe convirtió hace semanas en una cicatriz de frío.

Al fondo del plano televisivo aparece el alcalde de Madrid. Almeida es otro de esos tipos que han surgido de esta cosa que nos pasa. Algunos ya le conocíamos. Otros le decían ‘Carapolla’. A Blas de Lezo, que tampoco temía encasillarse en el papel de guapo, también le apodaban Mediohombre porque le faltaba un ojo, un brazo y una pierna, y en realidad era hombre y medio. Francis Scott Fitzgerald sostenía que hablaba desde la autoridad que otorgaba el fracaso y José Luis Martínez Almeida habla con la autoridad del que le han llamado Carapolla. La ministra de Defensa y el alcalde de Madrid son la revelación de los nuevos liderazgos en los que la sociedad encuentra acomodo con justificado entusiasmo. Juntos, tienen nombre de despacho de abogado, pero si te lo piden, entras con ellos a una UCI sin EPI. Porque están ahí en mitad de una clase política que flaquea, un gobierno desnortado y de ademán tramposo. Porque sacan pecho sin pavonearse, porque están orgullosos de los suyos sin caer en la soberbia. Porque ponen por delante el error que han cometido antes de narrar el acierto. Porque cuando te hablan no te regatean. Antes que aplausos, siempre piden perdón. Sacudidos por el desastre, representan una nación que contra todo pronóstico aún se sostiene de pie en la puerta del Palacio de Hielo de esta primavera asesina, un país digno, valiente, quebrado, frágil y, sin embargo, invencible. Robles&Almeida. Sobre esa piedra se levantará España .

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