Francisco Apaolaza
Que ya no tengo edad
Diría que cada costalada implica una lección y que cada vez que me caigo del caballo aprendo algo, pero nunca acierto a recordar qué es
Winston Churchill dijo que cualquier tiempo fuera de la silla de montar es tiempo perdido. Monto a caballo, que es el único camino para caerse del caballo como la única manera de morirse es haber nacido. El otro día caí con el caballo, que es ... una categoría propia de suceso de equitación. Una cosa es caerse del caballo y otra, caerse con el caballo. Recuerdo el salto, el ruido de las barras, el sonido del cuerpo de la yegua contra el suelo y el sabor de la arena de la pista. Quedé entre las patas, quieto y agarrándome la cabeza, pues los caballos por lo general intentan no pisar a uno, y a veces, el que ha caído se intenta levantar o mover, donde el caballo va a poner el casco pone la mano derecha y termina escribiendo las columnas con la izquierda.
Hoy los relojes hacen cualquier cosa menos dar la hora, así que el mío identificó el tremendo golpe y debió llamar a emergencias por su cuenta, de manera que en la zozobra de no saber si estábamos vivos la yegua o yo, escuchaba la voz de un médico del 112 preguntándome que qué tal; es lo que queda más cerca de escuchar a Dios. El azar del accidente siempre es caprichoso, pues uno rueda con un caballo y no le pasa nada, pero después se parte el dedo del pie con la esquina de la puerta del baño.
Colgué el vídeo de la caída en las redes recordando que el mundo ha cambiado, pero que la fuerza de la gravedad sigue ahí. Hubo muchos comentarios. Alguno me recordaba que no era un tuit de clase media, a lo que estuve tentado de responder que no hago tuits de clase. Otros dicen que ya no tengo edad y vienen a reprocharme los riesgos que corro. Entre ellos hay gente que fuma dos paquetes al día y que wasapea mientras conduce. En general, la gente me mira como si viera un fantasma. Es algo que sucede con cierta frecuencia, pues uno lleva la vida que lleva y al fin y al cabo la gente que lo rodea se ha imaginado en algún momento posando una flor en su lápida o descorchando una botella de champaña; de todo hay. Hay que tener un ángel de la guarda, pero hay que tenerlo entrenado.
La caída del caballo es un lance espiritual. Hay una revelación asimilada a la caída del caballo desde Saulo de Tarso, al que Caravaggio pintó caído con el caballo en el centro de la luz de Dios. En la Biblia no aparece caballo alguno, y Pablo cae él solo, pero ahí están los cuadros, y lo dice ‘El Quijote’ y al fin y al cabo, la caída desde el corcel del caballero andante le confiere una mística, un antes y un después. La historia fabulada dice que Saulo cabalgaba camino de Damasco a matar cristianos y se convirtió por una costalada milagrosa. Al caer de un caballo se emprende una ascensión inversa que incluye un vuelo grácil, un instante celestial tras el que se alcanza, no ya el paraíso, si no la tierra en toda su dimensión, tierra en los huesos, tierra en la boca y en los ojos, por todas partes tierra casi de camposanto, y así vuelve uno a esta dimensión mortal: con rotundidad traumatológica. Diría que cada costalada implica una lección y que cada vez que me caigo del caballo aprendo algo, pero nunca acierto a recordar qué es.
El mundo ha cambiado, pero la fuerza de la gravedad sigue ahí. (Fallo mío. Estamos bien los dos). pic.twitter.com/sKNu8HiDv1
— Chapu Apaolaza (@ChapuApaolaza) April 9, 2021