Francisco Apaolaza

La era del jabalí blanco

Escuchamos a Battiato mientras conducíamos por Suecia y después por las carreteras sinuosas del norte de Italia en cuyas cunetas vendían hongos niños descarados

Francisco Apaolaza

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Cruzábamos Suecia en coche entre los bosques de pinos trazados con escuadra. Los faros del Volvo iluminaban la carretera de hielo que por instantes barría el viento helado de algún planeta lejano. En otros momentos, el camino brillaba en reflejos azules bajo un cielo casi ... de aurora boreal. Por los altavoces del coche, Battiato cantaba durante horas sus canciones, que tomadas de una en una quieren decir lo que quieren decir, pero que en su conjunto componen una bellísima oración a lo insondable. Nómadas buscaban los ángulos de la tranquilidad y circulaban aún más lentos los trenes del Tozeur. Una noche hubo una fiesta en la recepción del hotel en la que actuaban unos tipos con smoking estampados en los dibujos que imitaban la piel de un tigre. Luis Moya hacía trucos de magia con monedas. Al día siguiente, asolados por una de esas resacas que te atraviesan la cabeza como una lanza de la frente a la nuca y con la boca como el fondo de la jaula de los pájaros, paramos en una gasolinera que resultó regentar un marroquí. Todas las bebidas gaseosas que compramos resultaron imbebibles y además llevaban alcohol, así que conforme las probábamos, las escupíamos sobre el salpicadero. Battiato pedía que retornara ‘la era del jabalí blanco’.

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