OPINIÓN

Cinco vacunados por centro

Vamos al contenedor de cartón a dejar los envoltorios de los regalos y al tercer confinamiento, o era el cuarto

Vamos al contenedor de cartón a dejar los envoltorios de los regalos y al tercer confinamiento, o era el cuarto. A mi Españita le han traído los Reyes unas pilas para ponérselas. Dice Eduardo Gavín que España está tradicionalmente a otra cosa, y por eso ... la vacuna y no teníamos a quién administrársela. Ayer no se vacunó en algunas comunidades autónomas porque era festivo. A mí los domingos siempre me resultaron una muerte pequeña. A veces, como el Ismael de Melville, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, cada vez que me sorprende un noviembre frío y lluvioso, digo, pienso en el tipo que inventó la vacuna contra el coronavirus y que ahora aprende que cuando llegó a España, la gente estaba de fin de semana, de libranza, de Nochevieja. De lo que fuera.

Los últimos muertos de las guerras son los muertos más grotescos. Mi abuela que vivió tres guerras y dos de ellas mundiales, hablaba con frecuencia del soldado que más tiene que correr en una guerra y es el que anuncia que la guerra ha terminado. Los que caen entre la firma de la paz y el último disparo, ¿dónde los ponemos?

Esos son los muertos de ahora. Se nos amontonaron los ataúdes, y ahora se nos amontona la fortuna. Se nos caduca la salvación. Se persignó Araceli, la primera vacunada, y la pusieron verde como los tomillares de Brihuega, pero las mujeres de la Alcarria cuando se santiguan, se santiguan por algo. La vida siempre viene así, a empellones, llevada por los designios, aunque ya nadie podría alegar que no se podía saber. Se podría haber pensado en los efectivos sanitarios para pinchar a los cien mil hijos de Araceli, se podría haber tenido en cuenta el transporte, el tiempo que toma descongelar los viales, las seis horas que dura el diluido y los cinco pacientes que debieran recibir las cinco dosis. Se podría haber preparado todo lo necesario en lo público, en lo privado, en lo civil y en lo militar, pero no se hizo, vaya usted a saber por qué. Estábamos en ‘Qué horror los jóvenes’, en los chistes de allegados y en planificar los langostinos por ración de fin de año y sobre todo, andábamos en la candidatura de las catalanas.

Al cálculo me salen cinco vacunados por centro de salud y día para ponerle la inyección a los 350.000 cada semana. No parecen tantos sin contar con esta Españita badulaque, que se reconstruye cada poco y cuando parece que avanza, necesita desastrarse, acaso reencontrarse en la hecatombe de la que proviene y a la que también se dirige, como un Sísifo que a cada tiempo eleva la piedra a lo alto de la cima de la montaña de su autoestima y cuando llega arriba, se le despeña por la otra parte. Tenemos inclinación al ridículo, a que nos sucedan cosas que se sabe que van a pasar y que se dejan llegar. La pandemia nos cogió por sorpresa la primera vez, la segunda y ahora, la tercera.

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