OPINIÓN
Las cinco llagas de la democracia
Hay que entrar en el hemiciclo del Congreso de los Diputados y buscar los agujeros de las balas de aquel día para entender lo que somos y lo que somos capaces de defender
Anda España majarona y crepuscular, pero Antonio Casado aún juega al fútbol. Nos cuenta que del 23F recuerda el sonido de las botas de los militares por los pasillos de Radio Nacional. Del 23F, todo el que estaba se acuerda de dónde estaba, porque este ... país estaba y se le esperaba, salvo Pilar Cernuda que se acuerda de todo salvo de cómo llegó a la redacción de nuestra Colpisa, si en taxi, corriendo o volando entre los edificios de Madrid entre los que amanecía leve sol de la democracia y el miedo. Dirigía Colpisa Manu Leguineche, que yo creo que aún respira en el humo blanco de las chimeneas de Brihuega en este invierno agónico. Decía Leguineche que el único orgullo de un periodista es que cuando alguien recordara las cosas que habían pasado, pudiera decir ‘Yo estaba allí’. Tenemos que dar fe de los hechos más insólitos y de los más obvios, también. Los cronistas deportivos enuncian que la bola entró y los predicadores de la política vamos prometiendo que España es una democracia. Cualquier día nos harán jurar que el sol sale por el Este. La monarquía parlamentaria es de una inquebrantable fragilidad, y cualquier vaina la puede desestabilizar haciendo palanca con los argumentos más forasteros . Que mientras escribo estas líneas haya grupos políticos que desde el poder se atrevan a sostener que el golpe triunfó de alguna manera, que perpetuó las jerarquías de la dictadura y que la democracia no es plena, es en sí una señal inequívoca de que la democracia es totalmente plena.
La noche del 23F yo estaba en casa con mi madre y el aita había salido con Isidro Castrillo a espiar desde el monte si había baile de tanques en el cuartel de Loyola . Hay que volver una y mil veces a la zozobra del intento del golpe, al asombro de Pilar y al sonido de las botas que escuchaba Antonio por los pasillos de la radio y que yo imagino ahora como una cascada de piedras. Nos debemos unos a otros parar de vez en cuando a escuchar el ratatatatá de la metralleta de Gonzalo Villa, tal larga que parece que aún sigue sonando, y al impulso de Gutiérrez Mellado cuando lo intentan quebrar y se mantiene en pie. Hay que regresar al tacto frío y negro del cañón de la pistola de Tejero -chiquero insondable- cuando se posa sobre el pecho de Suárez y el presidente manda al guardia cuadrarse. Hay que entrar en el hemiciclo del Congreso de los Diputados y buscar los agujeros de las balas de aquel día para entender lo que somos y lo que somos capaces de defender. Propongo aquí que instalen algún ingenio para que de los agujeros de los tiros del 23F siga cayendo polvillo de yeso eternamente, pues estas cosas conviene no olvidarlas. Voy a meter el dedo en los agujeros para que no se cierren nunca, no sea que nos creamos que hay democracia como hay wifi -“No va bien la democracia”-, y que no hay que defenderla porque siempre va a estar ahí, y que un día no es que se nos cuele Tejero -ya no hay Tejeros-, pero que camine por el Congreso un stripper disfrazado de bisonte o de lo que haya que disfrazarse. Los agujeros de las balas son las cinco llagas de la democracia y ya le dijo San Juan de Ávila a Santa Teresa de Jesús que a la intimidad de Cristo se llegaba a través de sus llagas, que no son señal de dolor, sino de victoria.
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