El busca
Jugarse la propia vida no tiene ningún mérito; la verdadera heroicidad supone jugarse la vida de otro
La gente piensa que toma decisiones en la vida, y de pronto están esos tipos de un hospital de Madrid que dicen quién vive y quién no y deciden si un enfermo que opta a ser intubado en una cama de la UCI ... se queda donde esté dando bocanadas al vacío. No hay para todos. Cada vez que alguien empeora, estos doctores acuden a la habitación a reconocer al paciente, echan las cuentas del milagro y deciden lo más difícil de decidir. Sin órdenes, ni protocolos, sin discursos , sin debates en la prensa, sin toda la chatarra social que rodea a estas cuestiones y sobre todo sin políticos -afortunadamente- que dibujen una línea que no se puede dibujar. Hace unos días, el Comité de Bioética consultado por el Gobierno se reunió para advertirles de que, ante la escasez de recursos, la edad no podía ser criterio a la hora de decidir quién recibía tratamiento y quién no. Les advertían, digo. Unos cachondos.
España intenta escapar de su propio horror volando por los balcones de aplauso en aplauso , pasando el día esperando a que suba la masa del pan, haciendo zoom con los colegas y colgando sobre los cristales carteles con arcoiris de colores pastel. Mientras tanto, estos doctores con su bata, su abismo, su conciencia y sus cojones pulsan el botón de la eternidad , dan la mano, dicen ‘Tranquilo, estoy aquí’ y dejan morir para dejar vivir. Hacen lo hay que hacer para que si nos toca a ti o a mí, a tu hijo o al mío, tengamos una oportunidad de hacernos viejos. O quizás no, y la tenga otro.
Después, cogen el teléfono y hacen la llamada y explican lo que ha pasado, abrazan la soledad –«Más silencio todavía», ha escrito Jesús NietoH y comprenden como Lamartine que cada sepulcro encierra al menos dos corazones . Al final del día, cruzan Madrid, que es una gigantesca cripta con semáforos dónde solo paran ellos y se intentan recordar que pretender salvar a todos implicaría salvar a menos . Allí mientras los limpiaparabrisas dicen que no, se preguntan cómo es posible que hace un mes estuvieran en un quirófano instalándole un bypass a un abuelo de 84 años y celebrando los avances de la ciencia en uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo y hoy dejan sin respirador a un hipertenso con edad de correr una media maratón. Después llegan a casa, se abren una birra, arropan a sus hijos ya dormidos, se tumban en la cama e intentan apagarle la luz a los fantasmas. Jugarse la propia vida no tiene ningún mérito; la verdadera heroicidad supone jugarse la vida de otro .
Hacer de Dios es un marrón. Por eso, en un hospital de Madrid, durante las primeras semanas, la tarea de asignar quién optaba a la vida y quién no recaía en uno solo, pero después, entre los especialistas en críticos se repartieron los turnos. Cada día le dan a uno un busca de aquellos que llevaban los yupis de los años 90, un aparato que suena cada vez que un paciente necesita una UCI y tienen que decir si sí o si no. Llegaron a la conclusión de que toda esa radiación no podía llevársela una sola persona. Uno de esos tipos me ha confesado que desde hace un par de días, el busca ya suena menos.
Ver comentarios