Francisco Apaolaza
Abajofirmantes
El manifiesto viene a decir que uno comparte la declaración, esto es que piensa lo mismo que otros tropecientos
España; cabreos, rotondas y abajofirmantes. Tropecientos intelectuales, políticos y actores han firmado pidiendo que no gane la derecha en Madrid, como si dependiera de ellos, como si la gente no votara en las urnas. Uno no se explica qué sentido tiene que a estas alturas ... se tenga en cuenta un manifiesto en el que Juan Carlos Monedero y Muñoz Molina piden que no se vote a la derecha madrileña, como si sorprendiera a alguien. Hay un hilo de manifiestos que recorren la izquierda española, desde la Ceja de Zapatero a lo de ahora. El efecto siempre es el mismo: gente de izquierdas diciendo que hay que votar a la izquierda. Después aparecen efectos no esperados. Habrá gente que, firmando el manifiesto Monedero, sienta la tentación íntima de llevarle la contraria en cuanto nunca votarían a un partido que votara Monedero.
El manifiesto posee en sí mismo una carga de solemnidad pretendida. Es una declaración con ego. También la carta abierta es un género pomposo, además de revanchista. Uno envía una carta abierta que nunca llega al otro, pero sí a los demás, como si pusiera los puntos sobre las íes, como si a los demás les importara. El abajofirmantismo resulta siempre asimétrico, dado que para manifestarse es necesario que uno se crea con autoridad para erigirse en ejemplo, así que hay más manifiestos de izquierda porque la izquierda dispone de mayor autoridad moral que la derecha. Sobre esta superioridad tradicional, despliega sus mayorías como infalibles e incuestionables frente a la otra parte, siempre más silenciosa por avergonzada. Los sindicatos han publicado un “manifiesto unitario de la fuerza laboral de Madrid” en el que piden la derrota del Partido Popular en nombre de todos los trabajadores de Madrid, todos menos los hosteleros que cuelgan en sus bares retratos de Isabel Díaz Ayuso y le encienden velas como si fuera la Virgen de la Paloma.
No importa. El manifiesto manifiesta y viene a decir que uno comparte la declaración, esto es que piensa lo mismo que otros tropecientos, cosa que tiene poco mérito en sí misma pues las redes sociales nos han demostrado que una tontería sigue siendo una tontería por mucha gente que la comparta. También en la última década hemos podido comprobar que si uno piensa la cosa más descabellada, puede estar seguro que en el mundo hay otro millón de personas en el mundo que piensa lo mismo. La diferencia es que el abajofirmante se une a otros abajofirmantes pero no a cualquiera. No le vale con que otros mil o mil quinientos compartan su tesis, su exigencia y su postura; deben ser firmas de prestigio entre las que uno se incluye. La cultura del manifiesto se basa en que el que firma comparte ese prestigio, de alguna manera se lo otorga en cuanto pertenece a un grupo y esto lo conozco porque a un nunca le han invitado a firmar nada, y de ahí quizás venga el cabreo. Será que mi firma no importa, me digo indignado, y esto se ha dicho mucha gente, tanta que abrieron una web dedicada a que la gente que no le importaba a nadie firmara manifiestos que no le importaban a nadie sobre causas sin importancia. Así cualquiera podía ser abajofirmante, al fin. Hasta a mí me abrieron un manifiesto para que me echaran del trabajo y que firmaron cuarenta, esto es cuatro, diez veces cada uno, alguno de ellos muy ilustre. Hay que admitir que lo consiguieron.
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