Ramón Pérez Montero - OPINIÓN
Fragmentados
A fuerza de dividir, dividimos también a la humanos en compartimentos cada vez más pequeños, razas, naciones, pueblos, familias, hasta que llegamos al yo
No tengo ya edad, y diría que ni razones, para creer en casi nada. Pero en este paisaje de escepticismo abrumador todavía se mantienen en pie determinadas figuras. Una de ellas es David Bohm . Este físico continúa siendo uno de mis héroes intelectuales. Más que por la profundidad de sus conocimientos en su campo, que también, por su amplitud de miras y por su valentía en la expresión de sus ideas. ‘Hay que decidirse a tener el valor de parecer loco’, es una frase suya que resume bien su gallardía.
Bohm fue uno de los primeros físicos que se atrevió a ir más allá de la descripción de la realidad que trazan las propias ecuaciones, y se interesó vivamente por otros componentes de esa misma realidad que los científicos, por lo regular, excluyen del círculo de sus intereses. Me refiero a los fenómenos relacionados con la conciencia y con la ética. De ahí sus notables contribuciones a la epistemología y, en sintonía con Pribram, a la neuropsicología.
Por esto, si queremos entender qué demonios pasa en el mundo de hoy, siempre es bueno leer a Bohm. Los habitantes del Primer Mundo, pongamos que hablo de Europa , vivimos, o esa al menos es mi sensación, en el interior de una fortaleza que se ve cada vez más asediada por legiones de desheredados que quieren compartir nuestro bienestar o, en el peor de los casos, hacernos saltar por los aires.
Vivimos, así, confiados en la resistencia de nuestras murallas defensivas, sean estas las alambradas legales que imponen nuestras fronteras o los argumentos coercitivos que instaura el peso de nuestras armas. Pero ese cerco es constante y se incrementa cada día. El Mediterráneo, ese mar donde los cruceros de lujo trazan limpias sus estelas y en cuyas aguas bañamos nuestros cuerpos se está convirtiendo en una balsa de cadáveres anónimos .
En lo más crudo de este invierno miles de personas se hacinan bajo las intensas nevadas a la espera de encontrar un resquicio por donde entrar para compartir nuestro calor. La solución de nuestros gobiernos es mirar para otro lado a la espera que la congelación lenta de esos indeseables les vaya solucionando el problema.
Bohm ya advirtió que los seres humanos vivimos en el autoengaño de la fragmentación. Y la ciencia, esa ciencia que nos ha dado tanto y que promete darnos todavía mucho más, ha contribuido enormemente a esa visión fragmentada del mundo. Dividimos todo lo que nos rodea en compartimentos estancos porque así le resulta más fácil a nuestro pensamiento asimilar la realidad, porque así, como dice Bohm, soportamos mejor la angustia de la presión de lo que nos resulta incomprensible. Y a fuerza de dividir, dividimos también a la humanos en compartimentos cada vez más pequeños, razas, naciones, pueblos, familias, hasta que llegamos al yo. Y cuando ese yo se siente amenazado, pues se refugia, como los hombres del Medievo, en su fortaleza y levanta el puente levadizo para aislarse de sus enemigos.
Pero por mucho que intentemos buscar protección en las corazas sucesivas de nuestra raza, nuestra nación o nuestra gente, no vamos a encontrarla por el hecho de que el dolor de la humanidad, como dice Bohm, es un dolor que compartimos todos los humanos y no vamos a librarnos de él de forma egoísta. ¿Hasta cuándo podremos resistir tumbados en la arena de la arena de playa, disfrutando del sol junto a los cadáveres de esos desconocidos que arrastra la marea?
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