Frágiles de memoria
Hace apenas cinco años, los niños de Cádiz pasaban hambre y los pitos de las ollas no sonaban; hoy todo es prosperidad
Ya no nos acordamos, porque ha pasado casi un lustro, pero allá por finales de 2014, principios de 2015, los niños de Cádiz iban por la calle mendigando, tal era el hambre que pasaban. Zapatos rotos, camisas hechas jirones. «Una moneda, por favor», rogaban a ... los atónitos turistas. Hace cinco años, hagan un poco de memoria, Cádiz estaba triste, pasear por sus calles era un sinvivir. No se escuchaban los pitos de las ollas en la cocina de ningún vecino ni ninguna vecina. Imagino que cocinarían lo poco que tuvieran en una sartén vieja, porque el nivel de ruina de la ciudad era tal que no daba para un potaje con todos sus avíos. ¿Las nanas de la cebolla de Miguel Hernández? Pues igual pero una ciudad entera. Ni un pito. Ni una olla. Nada. Cebolla a palo seco. Una tortillita francesa a lo sumo. No me gustaría ahondar más en la herida de los terribles años vividos antes de que Podemos llegara a San Juan de Dios, pero conviene no olvidar que hasta entonces, las paredes de ese ayuntamiento eran opacas. Opacas de toda opacidad. Todo era secretismo, intrigas de los peperianos, que se repartían las cuatro monedas que quedaban en la caja entre ellos robándoselas al pueblo. Que dejaron una deuda que nos ha ahogado de forma inmisericorde a todos.
Hasta que llegaron ellos. Hasta que el podemismo ilustrado, leído y forjado en asambleas de altísimo nivel intelectual celebradas en el salón de actos de cualquier instituto público, se hizo con el poder. Llegó a las instituciones. Ahí cambió todo. ¿Los niños hoy? Lozanos y hermosos. Por fin el hambre infantil ya no es nuestra primera preocupación. Tanto es así, que ya se han podido subir el sueldo todos los concejales. Pasear hoy por La Viña o Santamaría a eso de las dos de la tarde es una maravilla para los oídos. Se escucha por cada ventana, por cada casapuerta de los pisos de currante un sonar de pitos de las ollas que es música celestial para los oídos. Parece aquello la Filarmónica de Viena versión Magefesa, con sus pitidos más agudos si se trata de lentejas o potaje y más graves cuando lo que cuece al fuego es un guiso de pescado, conformando una melodía compacta y uniforme que es la nueva seña de identidad de nuestra ciudad. ¿Y las paredes del ayuntamiento? Transparentes y limpias como la patena. Desde el minuto uno hemos tenido luz y taquígrafos en todas y cada una de las negociaciones que allí se han celebrado. Ya sea la venta mil veces fallida del hotel del estadio a la propia subida de sueldos y asignaciones a los partidos. Si usted no ha estado al tanto puntualmente de cada una de ellas, será porque no ha querido. El alcalde o su jefe de Gabinete jamás se han reunido con nadie en restaurantes caros de la ciudad. Eso es para la casta. Ellos son puros. Y la deuda municipal, en proceso de reducción. Haga memoria, hoy vivimos mucho mejor que entonces, la ciudad está reluciente como nunca antes estuvo. Y es más próspera, eso sobre todo. Dónde va a parar.
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