Azules y rojos

La libertad de todos los ciudadanos no puede estar supeditada a las acciones coercitivas y violentas de otros

Me gustan todos los colores. El espectro cromático es bello en su integridad. Desde el rojo, naranja, amarillo, verde, azul, cian y violeta. Incluidas las tonalidades difusas, como el blanco y el negro, incluso el gris me parece elegante. Tanto me gustan los colores, que ... puedo decir con rotundidad que es imposible en mi caso ser xenófobo. Por eso me gustan de todos los colores y de todas las hechuras. Sin embargo, ciertos políticos y la prensa afín pretenden encasillar el conflicto del transporte, como realizados por los azules, en contraposición con los rojos. Ubican el azul en la ‘extrema derecha’ y eso que yo pensaba que esa tonalidad era reservada para los monárquicos o en su caso, a los del PP con su gaviota. Menuda mancha de imbéciles estos daltónicos en lo que a colores se refiere. Sobre lo demás, sobre todo lo que se pueda pensar además de los colores, lo dejo a la imaginación de cada uno.

Hace un año, el gobierno siguió a pies juntillas la imposición legislativa de sus promotores, formados por hermanos y primos hermanos de los integrantes de la coalición legislativa. La UGT se declara sindicato hermano del PSOE y CC.OO primo hermano de éste y hermanísimo de los comunistas. La LO 1/2015 había introducido el punto tercero del artículo 315 CP, precisamente para conciliar, entre otras cosas, la libertad individual para ejercer el derecho al trabajo en los casos de conflictos laborales, y no verse sometido a las coacciones, cuando no a las agresiones de los llamados piquetes ‘informativos’. Ahora ha sido derogado por LO 5/2021. Lo justifica la Exposición de Motivos, aludiendo al existe y genérico delito de coacciones que ya protege de manera adecuada la libertad de no hacer huelga, por lo que se suprime el mismo. Esta derogación ha reabierto el debate de la necesidad de que se apruebe una ley orgánica que regule el derecho fundamental a la huelga. Pendiente desde 1977. Es importante que lean el Preámbulo de la norma, con una carga de sectarismo que no es posible dejar a nadie indiferente con cierto grado de sensatez: «Con la crisis como oportunidad, desde la llegada al Gobierno del PP en 2011, se inició un proceso sistemático de desmantelamiento de las libertades y especialmente de aquellas que afectan a la manifestación pública del desacuerdo con las políticas económicas del Gobierno». Pues bien, ahora los transportistas no hacen técnicamente una huelga, porque no son trabajadores por cuenta ajena, sino trabajadores por cuenta propia, a los que está vedado el ejercicio del derecho a la huelga.

Quiero posicionarme al respecto como siempre intento hacer. La libertad de todos los ciudadanos no puede estar supeditada a las acciones coercitivas y violentas de otros. La libertad de cada uno termina donde empieza la del prójimo. Por lo tanto, las acciones violentas de los transportistas no están justificadas bajo ningún concepto. Al gobierno y a los sindicatos promotores de la reforma legislativa les ha cogido con el pie cambiado.

Hagamos un ejercicio de memoria (memoria histórica para más señas):

-Coletaborroka o Marqués de Galapagar decía en 2012 a colación con una huelga de transportes: «Buenos días a todos y sobre todo a l@s trabajadores del transporte en huelga y a los piquetes. Sin vosotr@s no hay democracia». Todo parece indicar que, para semejante elemento, en 2012 los camioneros en huelga no eran ultraderecha. Interior ha ordenado a la Policía Nacional darlo todo (24.000 dando palos a siniestra por supuesto), con «contundencia», para frenar a los piquetes. Sin embargo, los dos partidos del Gobierno aprobaron en el Congreso la despenalización de estas protestas, promovido por los sindicatos mayoritarios.

-Recuerdo antaño una huelga del metro de Madrid. Los mal llamados en ocasiones piquetes informativos convencieron a los trenes para que no salieran. El miembro del supuesto piquete informativo manifestaba sin rubor que su misión era que solo saliese el tren de mantenimiento, ninguno más. Por supuesto, su retórica convenció a los propios trenes que no salieron, sin más. En la capital del Estado la palabra tornó en violencia física y psíquica. Se llamó al amotinamiento, a reventar Madrid, a entrar a matar…y no sé cuántas cosas más. Cuatro trabajadores que pretendían hacer uso de su derecho al trabajo y dar así cumplimiento a los servicios mínimos, terminaron en el hospital, seguro que no fue precisamente por la fuerza de la palabra.

No estoy de acuerdo ni con lo uno, ni con lo otro. Como parece que predico en el desierto, he decidido subir al Mulhacén y que al menos Dios me escuche. Mientras diviso el horizonte, observo el Sacromonte, el Generalife, la Alhambra, las Alpujarras y hasta Almuñécar. Desde allí sólo contemplo paz. Allí no hay piquetes ‘informativos’ gracias a Dios.

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