Francisco Apaolaza - Opinión
Feliz día nuevo
Ahora parece que se hunde el mundo a manos del chavismo español y hace solo unas semanas daban por rapada la sedosa y serpenteante coleta de Pablo Iglesias
Hay gente a la que la vida se le hace larga y pesada, pero son los menos. Normalmente estas personas también se hacen pesadas a la vida. Igual basta rehacer los tiempos para hacer la existencia más fértil y acomodarlos al devenir de las cosas, a las modas, a lo que le crecen los pies a los niños, a la extraña sucesión de otoños calientes y primaveras húmedas. Adecuar la trepidante concatenación de cumpleaños, catarros, turrones, legislaturas, sexo, atentados, resacas, gemelas nacidas con prisa y glaciaciones políticas a la inútil escala de los hombres.
Los políticos, por ejemplo, son chamanes del tiempo. Cuando dicen que hay que hacer las cosas bien y no de cualquier manera, espere sentado porque no se harán nunca. Los tiempos de la política se mueven en corrientes circulares como si desaguara el lavabo y esos tipos van y vienen en elipses, ahora ardientes, ahora lejanas, lentas por momentos y en otros definitivas. Ahora parece que se hunde el mundo a manos del chavismo español y hace solo unas semanas daban por rapada la sedosa y serpenteante coleta de Pablo Iglesias, que es como una boa que recorre el juncal de España. Mañana, quién sabe.
Hay gente a la que un segundo se le hace eterno y otros que no aprovechan uno solo en cien años de vida. Ayer conocí a personas de las que no recuerdo el nombre y hace 30 años pasé segundos con otras que no puedo olvidar.
Manejar los tiempos, ya. Si yo de verdad los manejara, un día viviría en San Fermín y al otro, sería la víspera de San Sebastián bajo un temporal horizontal del noroeste fuerza diez. Una aurora en Namibia, la mañana de Carnaval en Cádiz, la tarde negra de primavera en San Isidro, la noche caliente de la Florida y la madrugada en Sevilla, dónde si no.
Quizás si miráramos con los ojos de un mosquito que vive días en lugar de con la paciencia de una montaña, que tarda miles de años en erosionarse, estaríamos más cerca de apreciar esta vida que es bella y atroz como esa operación de cerebro en la que el paciente tocaba el saxofón con las ideas al aire.
Convertir los días en años, esa es quizás la clave. Hacer fibrilar los relojes. Siguiendo los caminos concéntricos de los Samburu del monte Neru en Kenia y sus bailes mareantes de zancadas, saltos y jadeos, creí un día fabricar minutos con formas nuevas que se adecuaran mejor al corazón elástico del hombre.
Desde la perspectiva de esta enorme sala de esperanza que es Madrid, el año visto así, con sus 365 días, sus propósitos de dejar de fumar y sus gargantas atascadas de uvas, la puerta del Sol y toda la vaina resulta inabarcable, a ratos excesiva y otras veces, vacía.
Que dé un paso al frente quien, siendo hoy, no crea que fue ayer. Recojamos el guante: hagamos de cada amanecer, una vida entera y de cada segundo, un despertar. Fabriquemos trilogías de catedralicias novelas con las notas al margen de los viejos cuadernos y con los instantes, construyamos semanas, siglos, milenios y eras, según nos plazca. Tiremos al fuego los listones. Saquemos de contexto los minutos y juguemos al despiste con el destino. Todos moriremos algún día, pero los demás días, no. Y eso hay que celebrarlo. Feliz día nuevo a todos.
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