Lo real y lo imaginado

No parece que los encuentros en la primera fase vayan a ser como los imaginábamos hace un par de meses cuando nos encerrábamos en casa

No parece que los encuentros en la primera fase vayan a ser como los imaginábamos hace un par de meses cuando nos encerrábamos en casa. Claro que entonces no pensábamos ni en fases, ni en desescaladas; tan solo en tratar de que el coronavirus se ... fuese lo antes posible y que no causase tanto daño. Aunque tampoco nos podíamos imaginar cuando nos tomábamos las uvas y dábamos la bienvenida al 2020 que en poco tiempo viviríamos una especie de película de ciencia ficción, como las que nos suelen pasar por la tele las tardes de los domingos, y que la Semana Santa y todas las ferias primaverales las pasaríamos encerrados a cal y canto. Y eso que los expertos ya habían advertido desde hace mucho tiempo que las posibilidades de que nos alcanzase una epidemia no eran en absoluto remotas; y es que no hay más ciego que quién no quiere ver. Pero la realidad se impone, superando en ocasiones a la imaginación, y ha tenido que ser una molécula minúscula e invisible la que ha venido a demostrárnoslo. También la realidad ha superado a lo que imaginábamos sería el confinamiento. Más allá de las dificultades de adaptarnos a una nueva forma de relacionarnos, de adoptar nuevas rutinas, de diseñar nuevas formas de entretenimiento o de superar el cansancio, la realidad nos ha mostrado su cara más dura en las cifras de personas que no han podido superar la enfermedad, en la soledad de los mayores más vulnerables, o en la imposibilidad de despedirnos de seres queridos. Desde esta segunda semana de mayo, en muchos lugares del país hemos entrado en plena corriente de resaca de la primera ola y empezamos a dar nuestros primeros y titubeantes pasos hacia la normalidad, una normalidad sin adjetivos que todavía tardará en llegar mientras no dispongamos de un arma eficaz contra el virus. Aunque en dosis diferentes, según cada cual y sus circunstancias, la mayoría de la gente se encuentra en un estado en el que se combinan el temor al contagio, las ganas de volver a la vida de siempre y la incertidumbre de lo que sucederá en los meses venideros. Quien más y quien menos, todos hemos sentido un pellizco en el estómago en el momento de abrir la puerta por primera vez para salir a la calle; todos, excepto aquellos que han estado en la lucha titánica de la primera línea y que han tenido el pellizco del temor permanentemente instalado, tratando que no se les notase para no intranquilizar a las personas que atendían. La ganas de salir a la calle, aún con el pellizco, se notó desde que se permitió a los más pequeños y, más tarde, con las franjas horarias, y eso que la mayoría de la gente ha demostrado una enorme responsabilidad, aún cuando alguno, con el BOE en el bolsillo, no se haya resistido a trampear combinando todas las actividades permitidas con los horarios establecidos. Lo de la incertidumbre no solamente nos va a durar más, sino que la realidad muestra lo dura que va a ser, especialmente para los que han perdido el sueño pensando como van a llegar a fin de mes y como lograrán salir adelante. Ahora podemos intentar imaginar como viviremos la primera, la segunda y el resto de las fases, como afrontaremos el verano y el otoño y, sobre todo, tratar de que la realidad no vuelva a desbordar los límites de nuestra imaginación.

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