La nueva normalidad
El término nos retrotrae a todo aquello a lo que estamos acostumbrados pero lo de «nueva» se cuela a modo de enigmática distorsión de la cotidianidad
Hace algunos meses a nadie se le hubiera ocurrido utilizar una expresión que ahora es de uso corriente, la « nueva normalidad ». El término normalidad nos retrotrae a todo aquello a lo que estamos acostumbrados, a lo que es habitual en nuestro comportamiento diario, ... pero lo de «nueva» se cuela a modo de enigmática distorsión de la cotidianidad , tanto en su significado, ya que por definición lo nuevo sustituye a lo antiguo, como en su duración al sumarse la incertidumbre sobre si a lo nuevo seguirá lo novísimo. Para complicarlo más aún, parece que lo de «nueva normalidad» tiene implicaciones diferentes según a quien afecte y a la esfera de la que se trate.
Por lo pronto, y en el ámbito de la calle, la adaptación a la nueva normalidad ha supuesto para muchos de nosotros la decidida determinación de llevar a cabo muchos de aquellos buenos propósitos que nos hacíamos cuando tomábamos las uvas. Un ejemplo, lo de hacer ejercicio. Nunca habíamos visto por el Paseo Marítimo o por el Campo del Sur tantos deportistas noveles que cuando se levantó la prohibición de las salidas; cierto es que su número ha decaído muchísimo en estas últimas semanas, síntoma claro de que no es fácil deshacernos de los comportamientos propios de la normalidad de toda la vida. Por el contrario, dice mucho a favor de nuestra capacidad de adaptación a lo nuevo la formación disciplinada de colas para entrar en las playas, algo que hubiese entrado en el ámbito del surrealismo durante la temporada baja del año pasado. Ya veremos si cuando se sobrepase la fase que toque, esa adaptabilidad también se vea tocada y se vuelva a lo de siempre, y eso que, en Cádiz, las colas no son precisamente una novedad.
Lo de la «nueva normalidad» también afecta a otras esferas con trascendencia mucho más importante que la que puedan tener nuestros hábitos deportistas o playeros. Lo estamos observando, ya sea directamente o por los análisis de los expertos, en el ámbito político y en el de la gestión de la cosa pública. Un ejemplo, y puesto que estamos en época de pandemia, es la adaptación de las formas de contar o la eliminación de fuentes de información que podríamos considerar «antiguas» ahora que todos debemos adaptarnos a lo novedoso del momento. En el volumen 29, número 4, año 2015 de la Gaceta Sanitaria, se publicó un artículo firmado por varios investigadores, entre ellos Fernando Simón, sobre las causas de la mortalidad en el invierno del 2012 relacionándolo con la gripe, teniendo en cuenta, entre otros, el exceso de mortalidad detectado precozmente por el Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria (MoMo). Se trata del sistema que ha informado que en la Comunidad de Madrid, entre el 10 y el 14 de marzo, hubo un exceso de fallecimientos del 57%, o que durante el periodo entre el 13 de marzo y el 22 de mayo, para toda España, fallecieron 120.834 personas, más de 43.330 muertes de las esperadas, todas con nombres y apellidos. Cierto es que el sistema no concreta la causa; ésta, que se indica en los certificados de defunción, se envía al Instituto Nacional de Estadística, aunque la información no está publicada. Debe ser porque ambos sistemas son antiguos y, por tanto, no pertinentes para su uso en este estado de «nueva normalidad».
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