Nuestro español
La lengua española, como no podía ser de otra manera, es algo vivo que está en una constante y lenta evolución protagonizada por sus hablantes
Obviamente no hablamos como lo hacían nuestros antepasados, aquellos que, por ejemplo, vivieron durante el Siglo de Oro de las artes y las letras castellanas, período histórico que, al parecer, no está demasiado bien visto por nuestras autoridades educativas y que, más o menos, se ... extendió desde la publicación de la Gramática de Antonio de Nebrija, en 1492, hasta la muerte de Calderón de la Barca en 1681.
La lengua española, como no podía ser de otra manera, es algo vivo que está en una constante y lenta evolución protagonizada por sus hablantes, encargándose la Real Academia Española de velar por su unidad y buen uso, con una nada desdeñable función notarial al reflejar los cambios que, con el tiempo, se han producido en su empleo.
Durante la conmemoración del Bicentenario, la RAE celebró una sesión pública en el Teatro Falla, acto en el que pudimos asistir al procedimiento para la incorporación al Diccionario de la Lengua Española de nuevos términos o de nuevas acepciones, o de la eliminación de otros. Y, junto al Diccionario, las otras dos obras imprescindibles de la Academia, la Ortografía y la Gramática, naturalmente consensuadas con todas las Academias de la lengua del mundo hispánico porque, al fin y al cabo, el español no solo pertenece a los españoles. En los últimos tiempos, sin embargo, observamos dos fenómenos interesantes, y realmente novedosos, en lo que se refiere al uso de nuestra lengua.
Por un lado, la rapidez con la que se pretende fijar cambios en la utilización del español y, por otro, la anti democratización en el procedimiento para hacerlo. Un ejemplo, que vale para ambos procesos, es el llamado lenguaje inclusivo, lenguaje que se está reinventando a velocidades asombrosas.
Lo de «niño y niña», «médica y médico», «abogado y abogada» es ya antiguo y, previsiblemente, en poco tiempo serán expresiones políticamente incorrectas por su limitado valor inclusivo. Ahora lo que se lleva, y ya hay algún decreto que lo ejemplariza, es decir, por ejemplo, «personas académicas», «personas universitarias», «personas ingenieras», «personas diputadas», «personas políticas», «personas pasteleras» y aquí habrá que aclarar si el término se refiere a los que nos endulzan la vida o a los que nos dan coba, o «personas infantiles» o quizá «infantilas» que no quiero que nadie se moleste.
Y, junto a la rapidez, la manera antidemocrática de fijar el uso del español. De toda la vida, la evolución de la lengua, los nuevos términos, las categorías gramaticales dependían de su amplio uso y aceptación por los protagonistas, los hablantes. Eso cambió desde el famoso «miembros y miembras» de la ministra Bibiana Aído. Desde entonces, los protagonistas hacedores de la lengua no son los hispanoparlantes sino los políticos.
¡Y cuidado con quién se desvíe de la norma! La Feria del Libro de Madrid se inauguró el pasado viernes en el Parque del Retiro y, dentro de poco tiempo, tendremos la nuestra en el Baluarte de la Candelaria. Habrá que ver si los textos se adaptan a las nuevas normas. No sería extraño que, en algún momento no lejano, se crease alguna instancia oficial y remunerada, para velar por el adecuado nuevo uso de la lengua. Que tiemblen autores, editores y, sobre todo, los sufridos lectores.