No es un acto médico
Merece la pena reflexionar sobre las implicaciones del texto aprobado para una profesión, la de médico, sobre la que recae toda la responsabilidad
El Congreso ha aprobado la Ley de la eutanasia, sumándonos a Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia, que son los países de nuestro entorno a los que, sin especificar, hace referencia. Se debate, y se seguirá haciendo, sobre si hay una demanda real en la ... sociedad o si la Ley lo que pretende es, precisamente, crear esa demanda; sobre los planteamientos ideológicos de impulsores o detractores; sobre si el derecho constitucional a la vida decae frente a la libertad de cada uno a elegir como vive o como muere, presuponiendo, claro está, que todos vivimos como nos gustaría hacerlo; o sobre los aspectos morales y éticos que cada uno argumentará según sus principios. Sería osado juzgar a alguien que, por el método que sea, decida suicidarse.
Pero si merece la pena reflexionar sobre las implicaciones del texto aprobado para una profesión, la de médico, sobre la que recae toda la responsabilidad; incluso en algunos casos no es necesario el consentimiento expreso, dejándolo a criterio del médico si hubiera algún documento de voluntad previa, como si no se pudiera cambiar de opinión con el tiempo. La Ley crea un nuevo Acto Médico sin consultar a la profesión y ni siquiera tratarse en la Comisión de Sanidad del Congreso. Un principio en la profesión es el Primun non nocere, lo primero no hacer daño, y aunque la Medicina avanza y cada vez se ganen más batallas, la guerra contra la muerte la tenemos perdida de antemano. Por eso la máxima de «curar a veces, aliviar a menudo y consolar siempre» nunca dejará de tener vigor y, en la pandemia, muchos profesionales lo han constatado una y otra vez. También es un acto médico el no ensañarse terapéuticamente con el paciente, el no hacer daño, cuando no hay solución, o el aplicar la sedación paliativa que mucha gente confunde con la eutanasia y, por supuesto, la Medicina Paliativa que trata de eliminar el sufrimiento y el dolor y no al que sufre. Una Ley, la de Paliativos, que lleva años esperando que se aborde en el Congreso y lo seguirá haciendo porque la atención sociosanitaria integral y digna al paciente es mucho más cara que una cita de 7 a 7.30 para la administración de un fármaco letal. Curiosamente, los enfermos terminales no son los más afectados por la nueva Ley y la ONU ya ha protestado por su aplicación en personas con discapacidad. La Ley habla también de sufrimiento psíquico insoportable, cuando la tercera causa de muerte entre los jóvenes es el suicidio, sin duda porque lo experimentan, y viene al caso, cuando se habla del garantismo de la ley, por la corriente resbaladiza que las leyes eutanásicas tienen en esos países donde ya están regularizadas, y donde sorprende ver la aplicación en jóvenes con grandes depresiones obviamente sin tratar adecuadamente. O los ancianos, la vejez transformada en enfermedad, que la han pedido, y obtenido, durante la pandemia, lo que debería sonrojar a los responsables de procurar la atención sociosanitaria debida en una etapa de la vida tan digna como cualquier otra.
Los médicos se convierten así en meros proveedores de servicios no médicos y, por si fuera poco, la Ley obliga a los objetores a registrase, no solo como medida desalentadora a hacerlo, sino también arriesgando sus derechos constitucionales.