Los límites de Putin

Esta semana, mientras nosotros seguimos con nuestro carnaval popular, ya estrictamente oficioso, los ucranianos deberían haber empezado a festejar el suyo

Aunque en Cádiz lo continuemos celebrando todo lo que queda de semana, con la vista puesta en la repetición de junio, lo cierto es que hoy martes finaliza oficialmente el Carnaval. Así que, si se le quiere llamar «ilegal» como a las chirigotas que no ... concursan en el Falla, eso solo sería posible a partir de mañana. Ocurre así en todo el mundo occidental desde el año 325.

Los países del Este también tienen sus fiestas tradicionales previas a la Cuaresma, celebraciones que, durante la época soviética y por sus connotaciones religiosas, dejaron de tener hueco en la oficialidad de la URSS, lo que no impedía que la gente continuara celebrándolas de una manera u otra, como siempre ocurre cuando se prohíbe algo muy arraigado.

Esta semana, mientras nosotros seguimos con nuestro carnaval popular, ya estrictamente oficioso, los ucranianos deberían haber empezado a festejar el suyo. Pero las bombas rusas se han impuesto y, cuando hubiese sido el momento de cerrar las fiestas con la quema de la figura de la Maslenitza, es el fuego el que se ensaña con la gente de Kiev y de tantas otras ciudades, destrozando las ilusiones de millones de personas, truncando sus vidas cuando no llevándoselas por delante.

Y es que, para determinados personajes, el derecho a decidir libremente del común de los mortales significa bien poco; incluso en Rusia, a quien se le ocurra decir que está en contra de la invasión de Ucrania, ya sabe dónde va a pasar la noche, que no será ni en su casa ni en la de ningún amigo.

Reconozco que hace unas semanas creía que las amenazas no irían a más, que el despliegue se limitaría a una exposición de poderío y que todo se resolvería de manera diplomática. Craso error y total desconocimiento de hasta donde está dispuesto a llegar Putin. Cuentan que, pocos días después de la caída del Muro, cuando el comunismo en Alemania Oriental daba los últimos coletazos, Putin, entonces agente de la KGB destinado en Dresde, amenazó con las armas a los que se manifestaban ante las dependencias del servicio secreto soviético, requiriendo la asistencia de tanques del Ejército Rojo.

Moscú no respondió a la petición, lo que tuvo que ser una sorpresa humillante para el que, con los años, se convertiría en el Presidente de Rusia.

En realidad, lo que está pasando en Ucrania era de prever y, en cierto modo, el nuevo Zar postsoviético ya lo anunció en la Cumbre de Múnich del 2007. El error, no creerlo o desconocer hasta donde era capaz de llegar; y, en este sentido, algo se habrá hecho también mal en Occidente.

Ahora, la «negociación» con el Presidente ucraniano no deja de ser la imposición, con los tanques en la calle, sobre lo que debería decidir libremente Ucrania. Putin no se corta un pelo. La contraofensiva militar en territorio ucraniano parece estar descartada por las consecuencias que pudieran acarrear teniendo enfrente a alguien que ha desplegado lo que llama fuerzas «de disuasión rusas», que incluye armamento nuclear, por lo que él considera declaraciones agresivas y pasos inamistosos de Occidente, al tiempo que amenaza a Suecia y Finlandia con el ejemplo de Ucrania. Un chantaje en toda regla que, visto lo visto, no parece que pudiera quedar solo en eso. Hasta donde es capaz de llegar, solo él lo sabe.

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