El dios Momo

Esta vez hemos tenido que hacer de la necesidad virtud y pasar, estoicamente, el carnaval en casa

El dios Momo, por muy dios griego que lo creamos, es realmente gaditano porque se vino a vivir a Cádiz hace muchísimo tiempo . Nos contaba Hesíodo, en ese culebrón familiar de la Teogonía que nada tiene que envidiar a los rocambolescas embrollos que ... nos relatan en “Sálvame de luxe”, que nuestro dios era hermano, o medio hermano o medio primo, vaya usted a saber, de Tánato, de Hipnos, de Némesis y, entre algunos otros más, de las Hespérides, unas señoras que tenían que guardar unas manzanas de oro en un jardín situado allende el océano, un jardín que Estrabón sitúa en Tartessos, y cuya ubicación ratifica Hércules cuando le encargaron robar las manzanas y de paso decidió fundar Cádiz.

Al dios Momo, con sus sátiras, sus burlas, sus excesos y sus caretas no debían hacerle mucho caso en el Olimpo por lo que decidió trasladarse a casa de sus hermanas, medio hermanas o medio primas, las Hespérides, y resultó que tanto le gustó esta parte del mundo que aquí se quedó. Y desde tan antiquísimo y memorable acontecimiento tenemos carnavales en Cádiz, lo que significa que nuestra ciudad tiene muchos más años de los 3000 que se le atribuyen . Desde entonces Momo no ha dejado de estar con nosotros salvo en muy contadas ocasiones. Incluso hace 100 años, cuando la famosa epidemia de gripe nos tuvo bien cogidos durante un par de temporadas, ya se las arregló para asegurar su presencia en las calles gaditanas.

Este año no ha podido ser y el sentido común y la responsabilidad de las agrupaciones y del mundo del carnaval le han ganado la partida al empeño del dios Momo por dejarse ver en presencia física. Porque no está la cosa para fiestas ni aglomeraciones; tampoco para que las ilegales hagan una corta incursión haciendo honor a su popular nombre. Bien caro nos está saliendo, en todos los sentidos, el dichoso coronavirus; ya lo adelantó por cierto el genial Selu y sus compañeros estresados en el concurso del año pasado.

Esta vez hemos tenido que hacer de la necesidad virtud y pasar, estoicamente, el carnaval en casa . Al menos, los tangos, pasodobles y cuplés retransmitidos en la radio y en la televisión nos han hecho disfrutar, hemos seguido el concurso del milenio recordando magníficas interpretaciones, tipos y coplas y, en fin, no nos ha quedado más remedio que adaptarnos. Lo que no quiere decir que Momo nos haya abandonado; de hecho, hoy martes de carnaval, no vamos ni a quemarlo. No hemos tenido tipos; tampoco coros, chirigotas, comparsas, cuartetos ni romanceros . Pero las mascaradas, en su sentido figurado, no han dejado de estar con nosotros; parecería que el dios Momo hubiera decidido abandonar su faceta carnavalesca y gaditana, para adoptar y extender su otra personalidad, su otra careta, la del encubrimiento, el disimulo o el engaño. Parece como si esa nueva máscara, hasta ahora desconocida de Momo, nos estuviera acompañando y afectando en demasía . A veces un despiste hace que nos la quitemos momentáneamente; ese desliz le pasó por ejemplo a una ministra cuando, ante la barbaridad engañosa que expresó un compañero de gabinete, lo justificó aduciendo que eso era permisible en campaña electoral; posiblemente, teniendo en cuenta las fechas, equivocó campaña con carnaval en la que todo está permitido.

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