Ahora, contra el español

Quizá es que los españoles tenemos una tendencia innata a autoflagelarnos

Aunque en la Unión Europea hay 24 lenguas oficiales, la realidad es que el número de idiomas reales de trabajo es mucho más limitado, de manera que, cuando se hacen las traducciones e interpretaciones, se usa un sistema de lenguas “intermedias”, léase vehiculares, que son ... el inglés, el francés y el alemán , idiomas que, de facto, son las lenguas efectivas de trabajo en las instituciones comunitarias.

El inglés seguirá siéndolo, a pesar del Brexit y de que los ciudadanos europeos de Irlanda y Malta no lleguen a los 5 millones y medio en su conjunto. Algo lógico, habida cuenta el poder que tiene la palabra, y bien que lo defenderán. No digamos la que se armaría en Francia si el francés dejara de ser lengua vehicular de la Unión Europea. España podría estar intentando que nuestro idioma, la lengua común de casi 47 millones de europeos y de 600 millones de personas en el mundo, fuese también idioma vehicular y de trabajo diario en Bruselas, con la fuerza que eso nos otorgaría. Pero no estamos en ello, sino en todo lo contrario, como demuestra la eliminación del español como lengua vehicular en nuestro propio país. Un idioma que, además, no es solo nuestro; en Hispanoamérica coexisten cientos de lenguas, que hay que tratar de proteger y conservar, pero con el español como idioma de todos. El idioma de Cervantes en el que grandes escritores hispanoamericanos nos han dejado páginas excelsas, como los Nobel de Literatura Gabriela Mistral, Octavio Paz, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, García Márquez o Vargas Llosa. No deja de ser curioso que mientras que aquí se pretende limitar su uso, cada vez despierta mayor interés en el mundo, habiendo aumentado en un 30% el número de sus hablantes en la última década, mientras que los extranjeros que lo estudian han crecido un 60%. Pero aquí, en la dirección contraria. En Cataluña nadie tiene problemas para hablar o educarse en catalán; lo de hacerlo en español está un poco más complicado. Y si nadie tiene problemas para comunicarse o formarse en catalán, la eliminación del idioma común como lengua vehicular solo puede interpretarse como un acoso y derribo al español. El que el independentismo catalán llegue a eso puede, si no compartirse, si al menos entenderse habida cuenta la sinrazón demostrada. El que lo acepte el gobierno español es incomprensible. Eso de cambiar un año de presupuestos, al que se podría llegar por otras combinaciones numéricas, por abrir la puerta a que el español deje de ser una lengua vehicular en nuestro propio país es, además de aberrante, una manera más de tirarnos piedras a nuestro propio tejado. Quizá es que los españoles tenemos una tendencia innata a autoflagelarnos. Al fin y al cabo, la Leyenda Negra no hubiese sido posible sin la contribución a inventarla por parte de nosotros mismos, en un país que, junto a los ingleses, celebra Trafagar, mientras que un británico, Chesterton, recuerda Lepanto, allí donde estuvo Cervantes.

Volviendo al aquí y ahora, el poeta catalán Joan Margarit decía que “el castellano me lo ha dado Franco a bofetones, pero no estoy dispuesto a devolvérselo”. El quizá no lo devuelva, pero parece claro que el gobierno de España sí que está dispuesto a contribuir a quitárselo a las nuevas generaciones.

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