Los felices herederos
Los periódicos –seguro que los recuerdan– van llenos de frases textuales, entrecomillados de dirigentes políticos. En la mayoría de ocasiones, ni reparamos. Son previsibles, interesados, vacíos y reiterativos. Más o menos como el resto.
Por una razón matemática, entre ellos se cuela alguna vez algo de luz y realidad, de sensatez y claridad. De hecho, en uno me pareció entender la situación institucional y política en la que vive Cádiz ahora (entiéndase este tiempo como los últimos 25 años, incluidos los últimos 25 meses). Preguntado por el deplorable estado de un gran número de vehículos de la Policía Local, don José María González Santos aseguraba con algo de transparencia que esos coches y motos, que los agentes y lo demás están «como los dejó el PP». Estoy absolutamente de acuerdo con el señor regidor. Todo está como estaba. Exactamente así, dos años y medio después. La Policía Local como el transporte. La limpieza y los aparcamientos como la plaza de Sevilla. La playa (sin barbacoas, gracias) como la Ciudad de la justicia y Canalejas. Los cien solares yermos como el programa cultural (excepto los conciertos portuarios, que molan tela). El comercio como el empleo, la escasez de vivienda como las miserias de muchas familias en muchos barrios. Servicios Sociales como la intrusión religiosa. Todo lo que importa está como estaba. Ni había niños famélicos desatendidos ni hay menos críos a los que conviene sacar de su infernal entorno. Ni los indigentes caían como gorriones por abandono ni han dejado de morir en la calle. Ni era posible crear 5.000 empleos en la Zona Franca ni se han creado siquiera cinco con la municipalización de póster. Los ayudados, respaldados, avisados y enchufados son otros pero, ni con los de antes ni con los de ahora, los vecinos equidistantes vemos nada.
La confesión del alcalde –«está como estaba, está así porque nos lo dejaron así»– es el vademécum de la política local. Carlos Díaz decía que le dejaron una ciudad con semáforos apagados por falta de pago. Teófila dijo que le dejaron una ciudad muerta, con los planes atrapados en cajones. El señor alcalde (el sobrenombre es para amigos, correligionarios o uso propagandístico en redes, teles y actos) afirma que le dejaron una ciudad endeudada por fastos y propaganda innecesaria. Lo peor es que creo –pero poco– a los tres. Lo peor es que el siguiente (sea cuando sea) lo tendrá igual de fácil. Siempre podrá decir que se topó con una ciudad paralizada por la pereza de unos predecesores que creyeron más en denunciar, en señalar, que en actuar. Eso está al alcance de todos. Todos lo hacen. La culpa, de todo, siempre, es del que estuvo antes.