OPINIÓN
Felices años veinte
Encontrarnos hoy alguna coincidencia con los dos siglos anteriores
El pasado día 1 de enero pudimos celebrar el Bicentenario de la Sublevación del coronel Riego en la cercana localidad de Las Cabezas de San Juan. Ningún acto pomposo, celebración oficial ni inauguración de centro interpretativo alguno. Apenas una breve reseña, una efeméride ... perdida en el interés de algún lector integral de periódicos para recordar aquel levantamiento militar originado en Andalucía contra un rey traidor, Fernando VII, que tuvo amplia repercusión.
En España, el levantamiento supuso el germen de otros repartidos por todo el territorio que forzaron al monarca felón a acatar la Constitución de Cádiz en el mes de marzo de 1820, instaurándose un gobierno liberal que convocó elecciones e inició un periodo conocido como el Trienio Liberal, que posteriormente volvió a sufrir la traición del Rey, que se regocijaba mientras sus aliados europeos enviaron a sus Cien Mil Hijos de mala madre a arrasar de nuevo el país para restaurar el viejo Régimen. En Cádiz nos cayeron unas cuantas bombas que no causaron tanta chanza como las francesas de diez años atrás.
En el plano internacional, la sublevación española supuso la mecha de posteriores movimientos revolucionarios europeos (Portugal, Italia, Grecia, Francia y la mismísima Rusia) durante toda la década de los veinte del siglo XIX y combustible para los incipientes movimientos independentistas americanos. Una década movidita la que inició Riego aquel primero de enero.
Cien años después, los tan cacareados 'Felices Años 20' del Siglo XX tuvieron también su saborcito. Las películas nos trasladan a una época despreocupada, floreciente, libertina… y a una sociedad, la americana, absolutamente ajena a cuanto se estaba sufriendo y gestando en Europa.
En 1920 nació en Alemania el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (sí, así se llamaba el partido nazi). En 1922, Mussolini marchaba sobre Roma con sus Camisas Negras. Y en ese mismo año Stalin comenzó su dictadura del terror en la Unión Soviética.
En España, en 1923, será de nuevo un militar, el jerezano Miguel Primo de Rivera -Capitán General de Cataluña - quien vuelva a sublevarse contra el gobierno instaurado. Sus razones, según su propio discurso ante la Nación, fueron -entre otras- las siguientes: «Asesinatos […]; audaces e impunes atracos, depreciación de moneda; francachela de millones de gastos reservados, sospechosa política arancelaria por la tendencia, y más porque quien la maneja hace alarde de descocada inmoralidad, rastreras intrigas políticas tomando como pretexto la tragedia de Marruecos, incertidumbres ante este gravísimo problema nacional, indisciplina social, que hace el trabajo ineficaz y nulo, precaria y ruinosa la producción agrícola e industrial; impune propaganda comunista, impiedad e incultura, justicia influida por la política, descarada propaganda separatista, pasiones tendenciosas alrededor del problema de las responsabilidades, y… por último, seamos justos, un solo tanto a favor del Gobierno de cuya savia vive hace nueve meses, merced a la inagotable bondad del pueblo español, una débil e incompleta persecución al vicio del juego».
Resulta, desde luego, inquietante, encontrarnos hoy alguna coincidencia con los dos siglos anteriores .
Se inaugura la década con unos pactos para formar gobierno del Estado entre un partido socialista menos legitimado que nunca (por sus resultados electorales comparativos con su trayectoria democrática y por el rechazo y crítica -incluso interna- que suscita Sánchez) y dos partidos que, desde su nacimiento, han pretendido -de una forma u otra- destruir ese Estado. Y todo ello aderezado con reuniones secretas con quienes idolatran como héroes a cobardes asesinos de niños de Casa-Cuartel para que les presten votos. Como ven, no es necesario vestir armiño ni portar corona para alcanzar un nivel de felonía similar al del siglo diecinueve.
En medio de todo ello, los augurios sobre una nueva crisis económica (¿hemos salido ya de la anterior?); el eterno problema del desempleo, junto con la precariedad laboral; la falta de esperanza y confianza en una clase política incapaz de asumir sus funciones más allá de regalarnos circos mediáticos a costa de cadáveres indefensos y cuyo nivel intelectual consiste de llenarse la boca -y nuestras mentes- con el rebuzno «fascista» ante el temor de la creciente reacción ciudadana ante las urnas.
En Europa, resurgen los movimientos nacionalistas y reaccionarios por todo el continente, con una Rusia esperando como lobo hambriento el primer desvaído del corderito europeo y la incapacidad para hacer frente de manera efectiva y unánime a los problemas de la inmigración y los refugiados. La salida del Reino Unido, cuyas consecuencias se temen en el Campo de Gibraltar ; la fragmentación territorial anhelada por pequeñas regiones en todo el continente (anhelantes ante la solución que la Unión Europea guarde para casos como Escocia o la lacerante Cataluña…); la deriva monetaria, que tan ricos ha hecho a algunos y tan pobres a otros en esta Unión tan ficticia; y para postre las voces patrias que -por ahora tímidamente- comienzan a pronunciarse sobre la salida de España ante la continuada afrenta a nuestra soberanía.
Para ponerle la guinda naranja al pastel no podemos dejar de mencionar al colgado de la Casa Blanca y su guerra comercial con el inquietante gigante chino y los efectos de sus 'morning glories' sobre el resto del mundo. Sin olvidar al peligroso payaso norcoreano y sus pataletas tan publicitadas en occidente cuando convenga tapar cualquier otra noticia. Sí, parece que ésta nueva década de los 20 se presenta interesante.
Y ¿qué puede hacer ciudadano español ante ésta perspectiva? No tengo yo, pobre de mi, clave alguna para tan alto designio. Es más que posible que desde tribunas más y mejor ilustradas encuentren ustedes una mejor guía. Ahora bien, no quisiera culminar esta oportunidad brindada por La Voz para asomarme a saludarles en el segundo periódico del nuevo año con ningún tipo de vencimiento pesimista. Todo lo contrario: España, en los últimos doscientos años, ha sobrevivido a una invasión, a la traición de un rey, al hambre y a la miseria, al caciquismo y la corrupción política, a una Guerra Criminal y a un propio cáncer interno. Nos hemos dado la confianza en nosotros mismos de poder superar cuanta adversidad se nos presente. Y así se nos ha reconocido a lo largo de la historia. Fue José Bonaparte quien, refiriéndose a nosotros, dijo a su hermano Napoleón: «Se indignaron con la afrenta y se sublevaron ante nuestra fuerza corriendo a las armas. Los españoles en masa se condujeron como un hombre de honor».
Como dijo el general Primo de Rivera en aquél discurso: No venimos a llorar lástimas y vergüenzas, sino a ponerles pronto y radical remedio, para lo que requerimos el concurso de todos los buenos ciudadanos.
Y de honor y bondad, algo nos queda. Feliz Año Nuevo .
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