A favor del verano

Los enemigos del verano lo dibujan como un infierno de cachas al aire, tatuajes, paellas de arroz pasado, bandoleras, olor a sobaco y música machacona

José Peláez ha escrito ya su tradicional artículo en contra del verano como Manuel Vicent escribe su columna contra los toros cada San Isidro. Lo celebro porque si llegas al artículo sobre el verano de Peláez, es que estás vivo un año más. Yo por ... Peláez me hacía hasta del Pacma porque es de gente de bien darle la razón a los amigos, pero vengo a escribir en favor del verano, que está hecho de esperanzas. Cada año, antes del julio, el verano toma una forma distinta. Este año se me ha agarrado al estómago con la vuelta a la Cuesta de Santo Domingo después de tres años sin correr el encierro y, cuando me acuerdo, se me pone la boca como el desierto de Atacama. Ahora pienso en aquel territorio y hay mareos, temblores y la soledad del váter antes del encierro del día 7. Luego el miedo pasará y todo serán felicidades y salida de los toros con las peñas y solo de pensarlo se me ponen los pelos como la pancarta de la peña de La Jarana. Este verano es también un pueblo en fiestas con una barra caliente de chapa al sol sobre la que alguien ha atado con una cuerda una sombrilla de helados Camy de aquellas antiguas, una sombrilla publicitaria con pelotillas que da una sombra descontextualizada y ligera, y un katxi de kalimotxo y una vaca por la calle con un ingreso por urgencias de Traumatología en cada pitón. Ah, el verano, alcohol del malo, txarangas, sardinas asadas, verbena de la Orquesta California, mano en la cintura, baile agarrado, heridas incisocontusas y un poco de surf con series de olas de espumas blancas y enormes como para sacarte hasta los mocos de la primera rabieta que cogiste. El trago de cerveza a la salida del agua, la sombra de una higuera, el frescor suficiente como para echarte un jersey por los hombros en Alderdi Eder junto a la Bahía de la Concha por la noche, el toro de fuego con los niños, los muros de alguna casa solariega, el primer baño y el último. La procesión de San Ignacio en Azpeitia, la ‘Misa de Coronación’ de Mozart en la basílica, el zortziko que toca la banda a la muerte del tercer toro.

Andará algún detractor del verano leyendo esto y pensando que qué horror, pues el antiveranista vive de renegar de cosas que nadie le obliga a hacer. Mejor estaría uno -piensan-, metido en casa con el aire acondicionado leyendo algún bodrio. Los enemigos del verano lo dibujan como un infierno de cachas al aire, tatuajes, paellas de arroz pasado, bandoleras, olor a sobaco y música machacona. Han debido de tener una vida difícil y unos veranos de mierda. Me pasa un poco como cuando escucho a las feministas radicales hablar de los hombres y pienso con quién se habrán casado esas pobres criaturas.

Qué verano habrán pasado estos otros para que estén mucho mejor en enero en algún páramo saliendo al campo después de una noche a catorce bajo cero y preguntándose por el sentido de Dios en la vida de uno, lo eterno y el paso del tiempo que todo lo borra. Que prefieran el picor de sabañones en los dedos, el mentón clavado en el pecho y la desesperanza. Qué gusto de calefacciones, gorros de lana que pica en la frente y anocheceres a las cuatro y media de la tarde. Eso es vida.

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