OPINIÓN
Un fantasma viene a verme
Me da miedo el fantasma de las elecciones pasadas. Porque si no somos capaces de recordar nada, lo más seguro es que nos perdamos.
Estaría bien que antes de cada una de las citas electorales nos visitara el fantasma de las elecciones pasadas y nos recordara de dónde venimos, no ya para saber a dónde vamos –lo de Heisenberg y su incertidumbre, para entendernos– sino para quitarnos de encima ... este complejo de Adán al que hemos sucumbido con tanta devoción. Porque no somos extraños en el paraíso, que de esta agua ya hemos bebido más veces, aunque la vista no nos alcance más allá de nuestro propio ombligo.
Abro el periódico y leo las declaraciones de un candidato a la Alcaldía «Sobre las causas de la abstención creo que hay tres, primero, un cansancio general por dos elecciones en un corto periodo de tiempo; una segunda, más grave aún, imputable al Gobierno, si las hubiese convocado antes que las generales, la abstención hubiera sido menor. El tercer motivo, ha sido el año y medio con un gobierno sin gobernar, que ha producido indiferencia y alejamiento del pueblo en cuanto a la política »; intento ponerle cara a las declaraciones, y el fantasma de las elecciones pasadas se burla de mí. Que, si 20 años no es nada, habrá que ir más atrás, porque no son palabras de hoy en día, aunque lo parecen, sino que nos llevan al origen de todo esto.
Hace cuarenta años que Carlos Díaz , candidato a la alcaldía gaditana por el PSOE, analizaba así el estrepitoso fracaso de participación ciudadana en las primeras elecciones democráticas municipales. U na abstención que se cifró en más del 50% en la capital y que arrojó unos resultados, cuanto menos, curiosos; 12 concejales para UCD, 9 para PSOE, 4 para el PSA y 2 para el PCE conformarían el primer ayuntamiento democrático de Cádiz.
Tampoco hemos inventado nada en eso del pluralismo político. Pedro Valdecantos, candidato de UCD, repasaba también los datos al día siguiente de aquel 3 de abril de 1979 en el que los gaditanos estaban convocados a las urnas para decidir, por primera vez después de cuarenta años, el futuro de su ciudad. «Mi impresión personal es el mazazo de la abstención, y la perspectiva de gobierno en un Ayuntamiento excesivamente plural, por lo que creo que va a ser difícil este mandato». Difícil fue, no hay que olvidarlo, porque a pesar de ser la lista más votada, el sillón de san Juan de Dios fue a parar a Carlos Díaz con el apoyo de PSA y PCE, que dieron la mayoría absoluta al candidato socialista. Ya ve usted. Cuando nos despertamos, el dinosaurio por lo visto seguía allí.
Y es que el fantasma de las elecciones pasadas tiene mucho trabajo con nosotros. Con nosotros, que creíamos haber encontrado la piedra filosofal sobre la que cimentar las nuevas políticas, las del pluralismo y las del consenso. A nosotros, pequeños dioses, inventores de la pedagogía democrática, que nos quitábamos el sombrero ante los ayuntamientos del cambio y esas cosas y que decíamos aquello de la «desafección» de los ciudadanos por la política, nos vendría bien recordar lo que Manuel Gómez, concejal del PCE decía en aquellos días «la abstención ha sido muy grande, provocada por el desencanto de la gente». Vaya por Dios, ni en eso somos originales. Al parecer son 40 los años que tarda este país en girar sobre sí mismo –tenemos el ombligo demasiado grande, por cierto– y si miramos atrás, vemos que nada ha cambiado o, mejor dicho, que volvemos a la casilla de salida.
El 20 de abril de 1979 , pocos días después de la Semana Santa, se constituyeron los primeros ayuntamientos democráticos de este país. También el de Cádiz, en el que todo estaba por hacer porque era poco y malo lo que se había hecho hasta ese momento. Los pactos nacionales –también entonces la política municipal se decidía lejos de aquí– aconsejaban que ostentara la alcaldía la lista más votada, y así, a cada voto para Carlos Díaz el público que llenaba el salón de plenos aplaudía, mientras se oían abucheos cuando alguno iba a parar a UCD. Enfrentados incluso visualmente, los quince concejales de izquierda se apretujaban en doce sillas y ninguno de ellos se colgó la medalla con el escudo de la ciudad –curiosamente dos de UCD, tampoco– en un acto como de rebeldía naïf que fue acompañado de pancartas y proclamas de los colectivos de parados de la ciudad. Que no, que no hablamos de hace cuatro años, sino 40.
Antonio Chico, histórico militante socialista, pidió a la mesa que se guardara un minuto de silencio por los socialistas y comunistas muertos durante la guerra civil; el minuto fue guardado de pie por los concejales de izquierda, mientras los de UCD permanecían sentados. Y también pidió al recién nombrado alcalde que retirara la placa conmemorativa del 18 de julio y la sustituyera por otra con el nombre de Fermín Salvochea. Carlos Díaz fue precedido por aplausos y voces que entonaban ‘La Internacional’ antes de iniciar su primer discurso, un discurso en el que se dirigía directamente al pueblo: «No olvidamos que el Ayuntamiento es de todos y está al servicio de todos, sin la cooperación del ciudadano, nada podemos hacer».
Me da miedo el fantasma de las elecciones pasadas. Porque si no somos capaces de recordar nada, lo más seguro es que nos perdamos. O que algún lobo intente engañarnos, o que no sepamos encontrar el camino de las baldosas amarillas.
Por este camino ya hemos pasado antes. Solo hay que mirar a donde nos ha llevado.