OPINÓN
'In extremis'
En el último momento, al final, cuando el tiempo llegaba a su fin
En el último momento, al final, cuando el tiempo llegaba a su fin. Las elecciones a alcaldes han reflejado situaciones inquietantes, basadas en la imprevisibilidad del resultado. Cuando la justicia es impredecible, torna en inconveniente. Cuando la política se hace imprevisible, la convivencia ciudadana peligra. ... Dos conceptos han pugnado como fuerzas opuestas: el Derecho y la democracia. Dos pilares sobre los que se asienta el Estado de derecho. La contienda entre los conceptos no es buena, en cualquier caso, supone una situación de desencuentro. La constitución de los ayuntamientos y la posterior elección a alcaldes, han seguido los procedimientos legales. Sin embargo, dudo poder aplicar el concepto democrático de las elecciones, en muchas de las situaciones sobrevenidas. La democracia como sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes, no ha sido tenido en cuenta para otorgarle el bastón de mando a muchos alcaldes. En un ayuntamiento la figura del alcalde se primordial, dado la concepción prevalente de su figura como detentador del poder ejecutivo en el consistorio. Los demás funcionan por delegación de facultades o como simples monigotes. El legislador ha categorizado como básica las facultades de gestión por encima de las demás, lo que es lógico. De ahí que la elección de la persona que detenta todo el poder local, exige que el cumplimento del procedimiento de elección conforme a la Ley, suponga un ejercicio democrático que refleje la soberanía del pueblo que eligió conforme a derecho.
El ejercicio del poder se hace mediante delegación. Los ciudadanos votamos a un número de personas que conforman listas cerradas impuestas por los partidos políticos. Estos son instituciones intermedias que se interponen entre el ciudadano y los representantes elegidos a los que se le otorga el poder. Es aquí donde surgen muchas de las disfunciones indeseables de nuestro sistema político. Y en el centro del problema, como problema de orden público, los partidos políticos. Se erigen en teoría como representantes de la voluntad del pueblo soberano y en la realidad, conforman una situación de oligopolio político incontrolado. Se han vuelto organizaciones groseras por excelencia. Antaño utilizaban la ideología como seña de identidad de su credo político.
El decaimiento cuando no su desaparición ideológica, conformando proyectos y programas políticos, exclusivamente basados en señuelos para la atracción del voto, simplemente convierten la política en un acto simbólico y propagandístico. Los líderes políticos confunden el concepto de lealtad a las instituciones, con la lealtad al líder. O sea, prevaleced la sumisión en el sistema de partidos en España. Está probado que el requisito ineludible para ir en las listas y prosperar en la organización política en forma de partidos, es la sumisión, la indignidad para con uno mismo. Confunden la voluntad popular y el interés general, con las apetencias del que manda, que a su vez configura las listas. Aplican el refrán: “lo tomas o lo dejas”. Los programas políticos son mera propaganda electoral. La incongruencia llega a su estado máximo, cuando acceden al poder y las máximas recogidas en ellos, son reiteradamente incumplidas. Pactan de modo engañoso sobre la base y fundamento del manto y el mantra de la estabilidad. La vergüenza como don se ha difuminado en la clase política. No tener ninguna vergüenza es un hecho en política. El espectáculo ofrecido con anterioridad a la constitución de los ayuntamientos, califican a sus partícipes, de auténticos “sin vergüenza”, “sin escrúpulos”. Sólo que son conscientes de ello cuando no son elegidos. Que se lo digan a Imbroda, cuyo mal perder hizo que llamara “traidor” y “sinvergüenza” a su sucesor ... aunque haya “traidores sin escrúpulos que retuerzan la democracia”. Fíjense que cuando pierden van más allá. No se conforman con decir que no tienen vergüenza, o sea, “sin vergüenza”, sino que directamente los califican de “sinvergüenza”.
Todos o por lo menos casi todos, aceptamos la necesidad del Gobierno en cualesquiera de los tres ámbitos territoriales en los que se conforman en España. Sin él, la existencia civilizada u ordenada devendría simplemente en imposible. El argumento clásico que lo avala reside en las teorías del contrato social. Sin Gobierno, los impulsos egoístas, el orden y la estabilidad serían imposibles
Las democracias liberales son “democráticas”, en el sentido de que el Gobierno descansa en el consentimiento de los gobernados. No soy de izquierdas por muchas razones. La principal, me niego a que el Estado gestione mi libertad. Vivimos hoy en un sistema pluralista de partidos polarizados. Pero los bloques están perfectamente definidos, por mucho que le pese al “homo maluense”. El otro día se convertía en lienzo probatorio. El maquillaje es pura coyuntura, se pone y se quita. No permanece. En eso malgasta Rivera su tiempo, en lugar de tomarse una buena copa de vino de Jerez con sus amigos, por poner un ejemplo. La insensatez de C’s nada tiene que ver con la sensatez esgrimida hasta ahora con la “homo Lucy, que es Inés por excelencia”. VOX tiene sus más y sus menos. Su comportamiento constitucional está fuera de toda duda. La derecha española tiene que reinventarse. Los de Abascal son el PP sin complejos. Los de Rivera son el PP acomplejado del todo. Y los del PP, ni ellos mismos saben quién coño son. Propongo la aparición de un cuarto partido, subcontratista de aquellos, para gestionar racionalmente los votos y terminar con espectáculos electorales repugnantes.
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