Europa en una nueva guerra

Cabe decir, como lugar común, que se trata de otro duro golpe, que siempre parece el primero y el peor. Pero resulta imprescindible renunciar al autoengaño, al espejismo y la complacencia. Es un golpe añadido, seco, previsible y sumado a otros anteriores. Los ciudadanos europeos tienen la sensación cierta de vivir en guerra. Es una nueva, episódica, esporádica, que se desarrolla en varios territorios a la vez. Con los elementos eternos del fanatismo, la crueldad y las víctimas inocentes. Con los añadidos nuevos de las tecnologías, la velocidad de los transportes y el terrorismo. Pero guerra. Esa sensación no se la van a sacudir nunca ni los parisinos, ni los madrileños, londinenses ni los habitantes de Bruselas. Un gaditano que reside hace tres años en esa ciudad admite con dolor que lo veían venir, que han sido muchas escaramuzas y detenciones, muchas alertas, que tenían la certeza de que la ciudad estaba en el centro de la diana.

Ayer, apretaron el gatillo, tiraron del detonador, los que desprecian la vida propia y ajena, en cualquier forma y expresión, los nuevos bárbaros que tocan a las puertas del imperio viejo y cansado para vengarse de afrentas mitológicas, con siglos de antigüedad. Son pocos pero tan absolutamente crueles que imponen su violencia a sus miles de paisanos y correligionarios, sus primeras víctimas. El resto, los infieles, somos el objetivo de sus ínfulas teocráticas y lunáticas. Todos los matices que cada uno quiera pero una guerra. Sabemos que no va a parar. Si los atentados quedan sin respuesta, irán a más. Si reciben un contragolpe militar en territorios controlados por los extremistas sanguinarios, irán a más. Hay poca salida más que entender que resulta preciso estar juntos, actuar juntos para tratar de sobrevivir juntos a una ola de ataques que nadie considera terminada. Es duro reconocerlo pero resultaría peor aferrarse a una mentira sólo por ser calmante.