Antonio Ares Camerino - OPINIÓN

Estibadores de la salud

Manejar contenedores desde una atalaya bien acondicionada no requiere vocación, sólo destreza y algo de habilidad

En eso sí que todos estamos todos de acuerdo. Por un momento dejamos al margen ideologías políticas, creencias religiosas y militancias oportunistas. Concluimos, sin lugar a equivocarnos, que el Estado del Bienestar pasa por garantizar sus pilares fundamentales, la salud, la educación y los servicios sociales. Otra cosa es como se garantizan esos derechos recogidos en la Declaración de Derechos Humanos y en nuestra Carta Magna.

¿Recuerdan cuándo unos pocos pilotos de líneas aéreas comerciales nos amargaban las vacaciones? ¿Añoran esas largas esperas tirados en las terminales de los aeropuertos cuando los controladores aéreos hacían huelga de celo reivindicando sueldos millonarios? Ahora les toca el turno a los estibadores .

Según la normativa, a instancia de la Unión Europea, que va a regular la estiba en nuestros puertos, les hace perder derechos laborales irrenunciables. Para ser estibador sólo hacen falta unos pobres requisitos . A saber: título de bachiller, haber trabajado más de cien jornales como estibador en algún puerto europeo y tener el carnet de profesionalidad para la estiba, unos cientos de horas prácticas.

Esos ilustrados profesionales, que se limitan a manipular cargas en los muelles con algo más de tecnología y mucho menos esfuerzos y riesgos que el que hacía Marlon Brando en La Ley del Silencio , levantan todos los meses alrededor de cinco mil euros limpios de polvo y paja.

Para ser profesional del estado del bienestar hacen faltan muchos años de formación, demasiada entrega y una vocación que raya el altruismo. ¿Pondríamos en manos de profesionales poco reconocidos, vilipendiados y maltratados por las administraciones a nuestros seres queridos? ¿Entregaríamos sin reparo nuestra vida a personas con contrato en precario que tiene como única garantía de estabilidad su trabajo bien hecho?

A esta situación hemos llegado por dejar que el corporativismo cope servicios esenciales, por proletarizar lo que nunca debió dejar de ser profesiones vocacionales, personal sanitario, personal educativo, aquellas profesiones que no se ajustan al mercadeo, sino que van más allá de una mera prestación de servicios. Manejar contenedores desde una atalaya bien acondicionada no requiere vocación, sólo destreza y algo de habilidad. Entregarse en cuerpo y alma a la educación de los más pequeños, que son el futuro, no sólo es esforzado sino que requiere de maestría y dedicación plena.

Después de haber conseguido las notas más altas de la selectividad nos enfrentamos a seis años de dura carrera. Nada de Plan Bolonia, noches de insomnes horas con nervios a flor de piel, trabajo duro, prácticas tuteladas y todo un corolario de sinvivires y renuncias que te llevan a concluir una carrera de obstáculos que te sitúan a las puertas de la incertidumbre. Un trasiego de academias donde se te instruye en el cómo más que en el qué. Eliges la especialidad anhelada y te enfrentas a cuatro o cinco años de formación, no del todo bien remunerada, pero que aceptas por vocación. Al final, pletórico, dedicará el resto de tus días a estibar el dolor de los demás, a consolar la carga emocional de enfermos y familiares, a almacenar en tus adentros muescas de daño ajeno, y todo en una relación más allá de la de mero trabajador asalariado.

Ésta estiba si qué es dura, la carga no tiene precio.

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