TRIBUNA LIBRE
A favor de la Transición
El cambio que hizo desaparecer la dictadura de Franco fue una de las etapas históricas de las que más orgulloso puede sentirse este país
![Adolfo Suárez jura como presidente del Gobierno ante el Rey en 1979.](https://s1.abcstatics.com/media/opinion/2020/10/04/v/suarez-U302030070408YXD--1248x698@abc.jpg)
Este artículo es la segunda parte del que LA VOZ DE CÁDIZ tuvo a bien publicar el pasado mes de agosto, con el título ‘A favor del Rey’. En esta ocasión, he buscado darle continuidad mediante el apoyo al proceso político que nos hizo desembarcar ... en la orilla de la democracia parlamentaria y constitucional: la Transición.
El cambio que hizo desaparecer la dictadura de Franco fue una de las etapas históricas de las que más orgulloso puede sentirse este país. Creo que es poco decir que la Transición se hizo lo mejor que se pudo; de hecho, se llevó a cabo de una manera extraordinaria. No conozco demasiadas naciones en las que se haya pasado de un régimen dictatorial a una democracia, sin provocar grandes traumas. Más aún, el problema de una posible involución o estancamiento en la ruta hacia la democracia, no estaba sólo en un Ejército de fidelidad franquista, o bien, en una oposición que se hubiese echado a las barricadas, sino en los obstáculos intencionados, absolutamente reales, que los grupos terroristas se empeñaron en poner. ¡Qué duda cabe de que los crímenes o secuestros de bandas de ultraderecha, de ETA o el GRAPO, entre otras, querían acabar con la democratización de España! ¡Qué duda cabe de que prosiguieron su actividad para reventar la democracia! Que no se nos olvide cada vez que echemos la mirada atrás. No tiremos por la borda la importancia de los líderes de la oposición que supieron pedir calma, así como el papel de las Fuerzas Armadas que, mayoritariamente, fueron leales al rey Juan Carlos I y su determinación a favor del modelo de país que hoy disfrutamos.
La Transición necesitó de una participación al cincuenta por ciento. De una parte, el Gobierno presidido por Adolfo Suárez dio los pasos necesarios para que se avanzara en el despiece del régimen, y, de otra, la oposición, daba su placet oficioso a aquellas fases del cambio que iba cubriendo el Ejecutivo. Los días de noviembre de 1976, en los que se aprobó en las Cortes la Ley de Reforma Política, fueron testigo de la conexión telefónica entre Alfonso Osorio –por parte de Suárez– y Carlos Ollero –por parte de la oposición–, para negociar los vaivenes que el debate de los procuradores iba dando al proyecto de ley. Había que sacarla adelante. Nada se hizo sin la aprobación tácita de la oposición. Sin Franco, los procuradores en Cortes pudieron expresarse como nunca lo habían hecho, sobre todo, en contra del Gobierno. Culpable, ¡faltaría más!, de acabar con la obra del Caudillo. Desde luego, quien hable de fácil paseo para referirse a aquellos precisos hitos políticos, debe indagar en ellos para toparse con la realidad.
En aquellos años, y, posteriormente, estuvo sobre la mesa el debate de la reforma o la ruptura. Considero un error esta dicotomía, porque ambas estrategias estuvieron presentes. El Gobierno de Adolfo Suárez y la oposición fueron protagonistas, cada uno en su medida, de una reforma- transformación legal- que incluía la ruptura con todas las esencias de la dictadura. Durante el tramo final de 1976, el Gobierno fue aprobando decisiones que acabaron con el llamado régimen del 18 de julio. En la última reunión gubernamental de aquel año, se determinó la disolución del Movimiento Nacional, el partido único. Para todo ello fue esencial que el ejecutivo de Suárez contara con el apoyo refrendado de la Ley de Reforma Política, plasmado el 15 de diciembre de 1976. En el llamado Contubernio de Múnich, durante los primeros días de junio de 1962, los delegados españoles aprobaron una resolución que afirmaba que el cambio político en España debía darse de forma pacífica, en todo tiempo. Pues bien, eso fue lo que sucedió entre 1976 y 1978. No está de más recordar que en Múnich, estuvieron presentes los representantes de las fuerzas que eran de claro signo democrático, de la derecha y la izquierda. No se permitió participar a quienes defendían modelos totalitarios. Tampoco huelga el recuerdo de que hubo ministros y cargos públicos que, antes de la muerte de Franco, fueron preparando el terreno para que la necesidad de transformación no resultase tan extraña en el ambiente del régimen. Quiero traer aquí, a este respecto, a Pío Cabanillas Gallas.
Actualmente, ningún crítico de la Transición, desde el ala izquierda, recomienda la ruptura con los regímenes socialistas existentes. Son favorables a su modificación tranquila o a su persistencia. ¡Qué autoridad les puede asistir para embarrar nuestra historia reciente hacia la democracia! Pero, al margen de la senda hacia la Constitución de 1978, la Transición nos reveló algo que se inserta en las categorías morales; el derecho a existir del otro, el oponente, el que tenía otra militancia. No sólo eso, sino que ese otro tuvo un papel importantísimo en la sustitución de la legalidad de la dictadura por una de tipo democrática. Hoy, siento en grave peligro ese derecho natural a existir. Y no es algo sobre lo que pasar rápido o de forma frívola; debemos estar alerta ante cualquier intento de conculcar ese derecho a la discrepancia y a convivir con ella. Ni por la puerta principal, ni por la trasera, se debe enajenar este bien que conseguimos a fines de los años setenta.
La Monarquía que había previsto el régimen de Franco se auto extinguió. No hizo cambiar al resto para seguir teniendo los mismos poderes que el Generalísimo le había transmitido, sino que se los amputó a sí misma, para que la sociedad española tuviese las libertades que otros países occidentales gozaban. En este sentido, quiero reivindicar, una vez más, la Corona representada en Juan Carlos I y actualmente por Felipe VI. Han sido símbolo legal y material de la unidad constitucional de España, de su convivencia y diálogo. Es imposible entender este carácter de los recientes monarcas sin el legado histórico y político de Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona.
En suma, la defensa del proceso político con el que se recobró la democracia en nuestro país, no consiste sólo en un debate de historia contemporánea. Es, ante todo, la herramienta fundamental, a fin de que España permanezca sin convulsiones en su marco constitucional, para que los españoles nos reconozcamos mutuamente con los mismos derechos, deberes y oportunidades. Tiene tanto valor, que las fantasías revolucionarias no nos lo deben arrebatar. Nuestro único recurso será siempre la voz, la palabra escrita y nuestro compromiso cívico con la mejor versión que España dio de sí misma en la Transición.