Ernesto Pérez Vera

¡Alto, Policía! ¡Alto he dicho, joder!

Eran atracadores de bancos que habían huido de su país con francos por un valor, al cambio, de un millón de pesetas

Ernesto Pérez Vera

Cosas del azar. Hoy he coincidido con una persona de la quinta policial de Pérez Cuenca, de mi papá, a la que he reconocido a pesar de los muchos años transcurridos desde la última vez que la vi, casi fugazmente. La mascarilla sanitaria que cubría ... su rostro no ha podido con mi capacidad como fisonomista. Ni quise ni pude evitar presentarme en plena vía pública, en la calle, mientras ambos guardábamos cola para acceder a la muy concurrida oficina de Correos.

Yo y mi espontaneidad: “Hola, señor. Disculpe mi atrevimiento e impertinencia, pero creo que usted trabajó con mi padre. Yo me llamo Ernesto Pérez, como él. Le hablo de Pérez Cuenca”. Respuesta: “¡Hombre, por Dios, y tú eres compañero en La Línea! Sé quién eres”. Surgió un apretón de manos, previo choque de nudillos. ¡Maldito covid! Así las cosas, le pedí con educación que me recordara su apellido, toda vez que no alcanzaba a pronunciarlo con certeza, por aquello de que se trataba de un apelativo poco común. ¡Renovales! Así se llama y por tal es conocido en los añejos ambientes policiacos autóctonos. La vida… también tiene un hijo policía.

Sí señor, Renovales. Mi viejo me lo nombró alguna vez, principalmente para referir un buen servicio que hicieron juntos en Algeciras, allá por 1979 o 1980, como integrantes de un trinomio del recién creado, aquí, Servicio 091. Mi padre nunca entró en todos los detalles al narrarme aquella historia. Me la contó en un par de ocasiones, arrojando datos en grueso: dos detenidos pillados en un callejón sin salida donde acabaron, perdidos los interfectos, durante una persecución vehicular. Pero, a tenor de lo hoy manifestado por este ya veterano subinspector más que jubilado, y que fue sargento antes de la unificación policial de marzo de 1986, el episodio contaba con sustanciosos ingredientes en los que mi padre nunca se detuvo al contarme tal suceso.

La memoria del veterano sargento es prodigiosa. Dijo: “Era de noche. Íbamos tres. Por aquella época yo era cabo primero. Conducía fulano, yo iba delante con él y tu padre ocupaba uno de los asientos traseros con el subfusil Z-70. Vimos un vehículo que nos llamó la atención. Se dio a la fuga, iniciándose una cacería sobre ruedas, cuando encendimos las luces azules para que el conductor parara la marcha. Queríamos identificar a los ocupantes. Acabamos en una calle sin salida que había junto al concesionario de coches de la casa Renault. Esa calle hoy en día sí tiene salida. Estaba claro que no era gente de aquí, de lo contrario no se hubiesen metido allí. Era una ratonera. Tomando precauciones los hicimos bajar del automóvil y los tiramos al suelo. Fulano y yo los cacheamos mientras que tu padre nos cubría con el Z-70. Los tenía bien encañonados con el subfusil. Resultaron ser súbditos franceses muy peligrosos, buscados internacionalmente. Eran atracadores de bancos que habían huido de su país con francos por un valor, al cambio, de un millón de pesetas. Fue un servicio magnífico. Me gustaba ir con mi amigo Ernesto. Era un atleta, un hombre fuerte. Éramos duros con los malos, pero honrados”.

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios