Ernesto Pérez Vera

Adiós al simpar tatuador de escenas en el alma; ¡hasta siempre, Morricone!

Ruego silencio, que comienza a sonar una apenada marcha de trompeta por la ida de un genio. Que toquen Silencio, por favor; ¡que lo toquen ya!

Ennio Morricone

Ernesto Pérez Vera | Policía retirado, ponente e instructor de tiro

El Cielo ha abierto hoy sus puertas al son de El oboe de Gabriel. El paraíso eterno de los cristianos está de fiesta. Él siempre reconoció públicamente su fe: «Cuando tengo que escribir una pieza religiosa, ciertamente mi fe contribuye a ello. Hay una espiritualidad ... que siempre permanece en mi composición» (Religión en Libertad. 1 de octubre de 2012). San Pedro, postrado, vestido con su mejor casulla de gala y al mando de una laureada escolta celestial, clarines en posición de presenten, por supuesto, ha recibido con honores al más grande de entre todos los grandes compositores y directores de orquesta dedicados a armonizar y sonorizar el mundo del celuloide. Ennio Morricone, el romano venido al mundo el 10 de noviembre de 1928, ascendido hoy (6 de julio de 2020) por orden del altísimo a la edad de 91 años, es el creador de más de 500 bandas sonoras de cine y de series televisivas, amén de más de un centenar de piezas clásicas. Este perito en sonidos y melodías nos lega verdaderas obras maestras, temas que penetran la piel hasta masajear al resto de los sentidos. Pero así y todo, el maestro no se ha ido para siempre. No que no.

Hace unos meses me preguntaron el nombre de mis tres composiciones favoritas de Morricone. ¡Imposible! —dije yo—. Me resulta muy complicado subir al pódium tres títulos de entre todos los que conozco y retengo en mi corteza cerebral. No puede ser. Para mí es inviable. Si bien algunas de sus bandas sonoras completas merecen mi plena veneración, en muchos casos no puedo quitar de mi pensamiento un título para poner otro. ¡Qué dedo me corto que no me duela! Pero si me hubiesen preguntado por los cinco principales temas o por las cinco principales bandas sonoras de mi personal e íntimo ranquin morriconiano, tal vez sí hubiese podido responder, con más o menos celeridad: La misión (1986), Cinema paradiso (1988), El clan de los sicilianos (1969), El profesional (1981) y Érase una vez en América (1984).

Pero claro, si me planto en lo anterior, entonces qué hago y qué digo de Por un puñado de dólares (1964), de La muerte tenía un precio (1965), de El bueno, el malo y el feo (1966), de Hasta que llegó su hora (1968), de Érase una vez en el Oeste (1968), de Cena para amantes (1969), de La Califa (1970), de Los intocables de Eliott Ness (1987), de Malena (2000). En fin, seguro que por el camino se me han caído unas cuantas bandas sonoras de la lista de mis preferidas, y es que mi cabeza ya no da para mucho más, que también un servidor tiene derecho a hacerse viejo.

Por cierto, es una tremenda e inconcebible injusticia, casi una tropelía, que este señor haya partido hacia el firmamento con solo un Premio Óscar en su haber (Los odiosos ocho —2016—), más el Honorífico concedido en 2007. Me queda el consuelo, que de la mano va del recuerdo, de aquella mágica noche del 9 de julio de 2017 durante la cual pude sentirlo, hasta estremecerme de dentro hacia fuera y viceversa, en la plaza Napolitana de Lucca (Italia), acompañado de las personas que más quiero. Momento único e indeleble, casi diariamente rememorado. Apuntito estuve de estrecharle la mano —a un pelo estuve de ello—, gracias a la intervención del brigadier de los Carabineros Giuseppe Ratta, mas no lo logré por una gota de tiempo. Y el 8 de mayo de 2019 en Madrid, más derrame de emociones en el WiZink Center.

Colosal alegría bulló en mis entrañas cuando el pasado mes de junio se hizo público que en España se le había concedido el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2020. Aquel gozo fue tan grande como la pena que hoy, un mes más tarde, me embarga por completo.

Ennio, ¡grazie mille, grazie mille e mille grazie mille

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