Enrique García-Agulló

Tiros y llamas

Entender la crítica política de manera tan viciosa y viciada es no respetar al semejante y perseguir con la violencia las ideas del otro

Enrique García-Agulló

Sé que para algunos puedo estar metiéndome en un buen lío, pero es que en España, como la seguimos llamando la gran mayoría de personas que vivimos en esta parte nuestra de la Península Ibérica y de sus islas adyacentes, o en el Estado español, ... según se piense o se active políticamente por otras, se ha alcanzado ya tan altos niveles de llamémosle… estupor, que, aunque fuera solamente a fuer de querer plantearlo de manera dialéctica o discursiva, no he podido dejar pasar este fin de semana sin sometérselo a su consideración.

Resulta que a un espécimen de la raza humana de algún lugar de esta España nuestra un día de éstos le dio la pájara y puso o le pusieron en las dianas del salón de tiro donde entrena las siluetas de personajes tan públicos e importantes como puedan ser el presidente del Gobierno o su segundo vicepresidente y demás afines de la cosa, disparando como un ‘Rambo’ cualquiera a cada una de esas dianas y, además, lo grabó. Lamentable, socialmente reprochable y humanamente inadmisible.

Pero resulta también que la televisión y las portadas de nuestros primeros rotativos muchas veces, siempre demasiadas veces, nos han ido mostrando esa otra ceremonia de crítica política que, a lo que se ve, en este país también se da con absoluta y aparente impunidad, la quema de nuestra bandera nacional o de la foto del Rey, del Jefe de nuestro Estado que dirían esos otros y que a mí, será por lo de la edad, nombrarle así me viene siempre a la memoria antes lo del Generalísimo Franco que el Rey Felipe, quizás por la cantidad de No-Do que me tragué y que solía empezar siempre con aquello de «Su Excelencia el Jefe del Estado» inaugurando pantanos, recibiendo embajadores o presidiendo el Consejo de Ministros…

Y lo que es peor, también me acuerdo de tantas dianas puestas en tantas puertas de tantas casas, en tantos buzones, en tantos centros de trabajo o en plena calle, que anunciaban el cruel aviso de una bomba o de un tiro en la nuca. O de aquellas estrellas de David amarillas puestas también en casas o en comercios y hasta en la ropa de aquella Alemania perfectamente olvidable del nazismo.

Siento una profunda curiosidad por saber si esto se va a quedar así o si la Justicia va a actuar con sus tribunales ante este dilema porque, vistas las cosas como han sido, tanto quemando fotografías del Rey como pegándole tiros a fotografías de los miembros del gobierno, se está escenificando algo tan terrible como matar a personas en la hoguera pública o con un arma. ¿Y qué puede ser más atroz, morir abrasado entre llamas o por un tiro?

Todo esto es horrible y horroroso. Entender la crítica política de manera tan viciosa y viciada es no respetar al semejante y perseguir con la violencia las ideas del otro. La frivolidad a la que nos ha llevado tanta caricatura desmedida ha ido rebajando el precio del aprecio por nuestros representantes públicos dejando caer a nuestra sociedad en un clima de ferocidad incomprensible a estas alturas de la historia de la humanidad y de imposible excusa queriendo disculparlo con eso de que «aquí no pasa nada, no seas cutre, la vida son dos días y no te vayas a poner así», porque todo esto sobrepasa la libertad de expresión y el respeto al desacuerdo. No todo vale ni eso puede ser el legado que dejemos a nuestros hijos y nietos ni a los inmigrantes que se están integrando entre nosotros.

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