Enrique García-Agulló
Se sube el telón y...
España es fuerte y tiene una buena Constitución que a todos ampara y que marca la senda por donde ha de ir la administración
Seguro que mucho de ustedes recordarán aquella suerte de adivinanzas jocosas y tantas veces cómicas que solían empezar siempre con esa frase de «se sube el telón...», tras la que se invocaban algunos elementos que nos conducirían, si nuestro ingenio se mostraba paralelo al del ... que pronunciaba el acertijo, para recolocar con los personajes dichos, las posturas, las cosas en el escenario, etc., el definitivo título de la película que encerraba el amable jeroglífico de manera que hoy, como ayer en los corrillos y en los colegios, en esta España nuestra de 2020, mes de noviembre, mes de difuntos para muchos o de «halloween y black friday» para otros cuantos, se nos podría hacer la pregunta diciendo que tras subir el telón, dicho ello con los debidos respetos, aparecerían Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Arnaldo Otegui y Gabriel Rufián, ¿qué película podría ser?
Probablemente, por aquella célebre novela de Vicente Blasco Ibáñez tantas veces llevada al cine y con tan magníficos recuerdos para los cinéfilos como sus antiguas versiones de Rodolfo Valentino o de Glenn Ford, y por eso de los cuatro protagonistas, alguien apostaría a que la película era la de 'Los cuatro jinetes del Apocalipsis', así que me dio por coger mi Biblia de Jerusalén y releí las palabras de su autor, las del Apóstol Juan, en tan impresionante como esperanzador libro: «...Oí al primero de los cuatros Seres que decía con voz de trueno: ‘Sal’. Miré entonces y había un caballo blanco; el que lo montaba tenía un arco; se le dio una corona, y salió como vencedor para seguir venciendo. Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo Ser que decía: ‘Sal’. Entonces salió otro caballo, rojo; al que lo montaba se le concedió quitar de la tierra la paz para que se degollaran unos a otros; se le dio una espada grande. Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer Ser que decía ‘Sal’. Miré entonces y había un caballo negro; el que lo montaba tenía en la mano una balanza... Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto Ser que decía: ‘Sal’. Miré entonces y había un caballo verdoso; el que lo montaba se llamaba Peste, y el Hades le seguía...»
Según sus traductores «apocalipsis» en griego significaría en castellano revelación y el jueves así lo revelaba el portavoz de Bildu en el Congreso: «hoy no acaba nada, hoy recién empieza todo» así que, más allá de jinetes y apocalipsis y fáciles soluciones a la pregunta y al juego, me quedé pensando a dónde hemos llegado y a dónde nos ha llevado el socialista Pedro Sánchez en sus ansias de permanecer a cualquier precio en una España dividida por los de allí y por los de aquí, por los de ayer y por los de hoy, por los que mataron y por todos los muertos. A esto es a lo que nos ha llevado el PSOE de Sánchez y Calvo y no valen ahora esos quejosos lamentos que lanzan algunos de sus barones, tal que Susana Díaz, Fernández-Vara o García-Page, porque esos ayes no son más que para la galería ya que, si hubieren querido que fuesen para algo más, les habrían pedido a los diputados de sus regiones que no votasen esta cuestión o, aún más, que votasen en contra de estos pactos. Ojito, Inés, lagrimitas de cocodrilo.
Pero España es fuerte y tiene una buena Constitución que a todos ampara y que marca la senda por donde ha de ir la administración. No se puede hacer de todo porque se tenga más votos en Las Cortes, no. Se puede marcar una política más intervencionista, se puede pensar en gastar más que lo que se ingrese. Se puede gravar con más impuestos indirectos, ésos que se cobran calentitos porque todos los pagamos sí o sí, caso del IVA o el diésel; y hasta se puede tener más ministerios que nadie, pero la Constitución pone sus límites a la administración y defiende los derechos de los ciudadanos. Lo malo es que lo que se malgaste ahora, lo que se despilfarre ahora, no va a un fondo perdido, no, sino a una enorme deuda que pagaremos nosotros o que tendrán que pagar nuestros hijos y nietos quienes, por cierto, tendrán ya mucho menos que nosotros.