Enrique García-Agulló
Sáhara y Ucrania
Aquel Sáhara español nos dio de todo, desde sus notables Procuradores en las Cortes franquistas luciendo sus blancos albornoces hasta los primeros insurrectos que lucharon en el desierto en el afán de construirse un Estado propio
Se da mucho en España que la política de Estado no pase más allá de una política de partido, herencia del franquismo y de su único partido. Vean el arrogante desparpajo de lo del Sáhara con un primer ministro que, desdeñando oposición y Corona, e ... incluso aliados de investidura o gobierno, acomete personalmente una vez más políticas de difícil explicación hasta con el credo de su propio programa. Pero ya lo dijo Carmen Calvo, que Sánchez tiene la facultad de hablar unas veces como Pedro y otras como presidente, según convenga al catecismo de la izquierda.
El miércoles se fue a Ceuta y Melilla para hablar de ese plan concertado con un Sultán que lleva años pensando en cómo hacerse con estas ciudades españolas que considera enclaves en su tierra. Y lo dijo clarito, vamos, ni polvo sahariano ni calima: «Éste es un acuerdo del Gobierno de España y el Reino de Marruecos».
¿Se dan cuenta? Del Gobierno, que no de España, no. De su talento y de su talante, que para representar a España se basta él consigo mismo, con su ego y su desapego ante las más altas instituciones de la Nación. Las Cortes Generales representan al Pueblo español y el Rey es quien asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, dice nuestra Constitución, pero poco le importan estas cosas al presidente que, con su arrogancia, quizás haya dejado abrir de nuevo las páginas de aquellos viejos textos de Historia que en el Bachillerato nos hablaban del Conde Don Julián.
España es ciertamente país de enclaves, prácticamente todos de tierra adentro. Lugares como Treviño, Adamuz, La Rovira o hasta Orduña, de cuya ciudad llevo yo apellido. Repartidos por todo el territorio nacional, como una imperfección de la puesta en práctica de la Ley de Provincias de Javier de Burgos. E incluso desde antes, cuando las familias reales se peleaban entre sí para ver quién trincaba el trono de España y en otra de nuestras debilidades los ingleses se llevaron cual enclave Gibraltar. Como también tenemos una Olivenza que nos discuten los portugueses o una Llivia enclavada en plena república francesa. Y hasta españolísimos que ejercen de copríncipes en otro singular enclave, como les pasa a los obispos de Urgel con el Principado de Andorra, donde se ve cómo parece sobrar el dinero público que da hasta para tener allí desde Felipe González Embajada y Consulado General. Y, sobre todo, un enclave fatal y virtual que padecemos con esos separatismos que cada día nos debilitan más.
Por el mundo también hay países soberanos enclavados en otros, como San Marino o Lesoto, pero ni franceses, ni italianos, ni sudafricanos discuten esa realidad. Aquel Sáhara español nos dio de todo, desde sus notables Procuradores en las Cortes franquistas luciendo sus blancos albornoces hasta los primeros insurrectos que lucharon en el desierto en el afán de construirse un Estado propio. Y la izquierda española, relegando a los notables de blanco atuendo y gafas oscuras de sol, no faltaría más, abrazó con júbilo a los segundos abanderando los colores polisarios y jurándoles eterna hermandad. Más aún, proclamándolo hasta en el propio programa electoral, versión original, claro, porque en el doblaje ya ven cómo muta de rápido esta especie.
Rusia lo está dejando muy claro arrasando otra nación soberana porque estiman que Crimea o el Dombás están tan enclavadas de espíritu ruso que bien merecía la pena invadir Ucrania con sus armas destructoras llevándose por delante vidas y bienes en una guerra que ya ha forzado el éxodo más grande de abuelos, madres y niños que Europa podía recordar. Y eso que el actual territorio ucraniano fue diseñado por los propios rusos desde su Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, vulgo URSS, que ya les vale…