Enrique García-Agulló

¿Se puede uno fiar?

En estos últimos años lo público se ha hecho casi impenetrable y a lo privado no hay día que no se haya dejado de querer intervenir

Enrique García-Agulló

Las medidas para paliar los efectos que dice del conflicto ucraniano son algo más de pan para hoy y hambre para mañana porque no ha entrado en el meollo de la cuestión, la bajada de impuestos ni la reducción del gasto público. Bueno, sí ha ... entrado en el más puro intervencionismo reduciendo por decreto los alquileres y conminando a las gasolineras a que pongan por delante los cinco céntimos por litro. O sea, los particulares reducen rentas y el Gobierno no reduce impuestos.

Se gobierna a base de decretos avalados por una suerte de partidos que han encontrado en el paraguas de Sánchez una placentera manera de vivir y la oposición ya se dejó comer el rancho el día que se vino abajo y renunció a ir al Parlamento. Cosas de la pandemia decían, aunque ya contaban los abuelos cómo las Cortes republicanas no cerraron durante la guerra.

La pandemia, sí, y ahora sus consecuencias son éstas, un hábito de gobierno cada vez más intervencionista y apartado del diálogo. Traten ustedes de iniciar aún hoy cualquier gestión en la función pública que dirige el Gobierno que dice que trabaja para nuestro bienestar social y ya verán cuántos obstáculos se encuentran por ese teléfono que no se coge o por los programas informáticos que no funcionan en ese laberinto en el que se ha visto envuelta cualquier petición de lo que ahora se llama cita previa. Sin embargo, comparen cómo sí que se puede acudir cada día sin traba alguna en lo del bienestar social privado al quiosco de prensa, a los cines, supermercados, talleres, comercios, farmacias o hasta a las estaciones de servicio de manera inmediata y presencial.

En estos últimos años lo público se ha hecho casi impenetrable y a lo privado no hay día que no se haya dejado de querer intervenir. Y, encima, nuestra ministra de Hacienda nos suelta eso de que si se bajan los impuestos se podría desbaratar el estado de bienestar social ¡Gulp!, que decían los héroes de nuestros viejos tebeos. Si se bajaran los impuestos y se redujera el gasto público sí que se podría bandear mejor esta tormenta y sostener un estado de bienestar social más eficaz.

Gran parte de nuestro pueblo ha sido adormecido por la molicie de quienes gobiernan frente a una oposición desencontrada y apoyándose en todo ese caleidoscopio político de partidos de la alianza que apoyan a Sánchez para ver qué se pueden llevar. Las derechas vascas y catalanas con sus Camelots, vamos, sus camelos, y las atomizadas izquierdas, con el dinero de nuestro bienestar social, empeñadas en el cambio ideológico. Mientras, la deuda pública ascendiendo sin tope y generando una cuenta imparable que algún día sacará un verdadero malestar social cuando se nos exija su pago.

El presidente pide el apoyo de todos los partidos del arco parlamentario para las medidas que dice nos van a arreglar la vida a los españoles, pero quién se va a fiar si, no es que no hable con la oposición ni se interese por lo que piensa, es que oculta sus planes hasta a los de su alianza.

Un gobierno de más de cincuenta ministros y secretarios de estado no parece que esté por la contención. Y si a éstos les sigue otra cincuentena de subsecretarios, ya dirán ustedes. Ítem más, en caída descendente, a todos ellos les sigue tal alud de cargos públicos designados y electos que no parece ser el mejor ejemplo de querer llevar las cuentas a buen puerto.

Estas rebajas precipitadas que ahora se hacen con nuestro dinero, pues en más o menos importe los impuestos siguen ahí, se hacen después que la otra España vaciada, no ya la despoblada sino la que ve vacíos sus bolsillos, se haya levantado y haya dicho hasta aquí se podía llegar. Y lo que es peor, que el pueblo no se ha enfadado por estos plantes de barcos, tractores y camiones, sino que hasta los ha jaleado y vitoreado.

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