Enrique García Agulló - OPINIÓN

PesadILLA en cuarentena

«He tenido ya una pesadilla en esta larga cuarentena del coronavirus y no hace tantos días que se me metió entre sueños»

Enrique P. García Agulló

Salir de esta cuarentena está causando muchos trastornos, bien desde el siempre cambiante BOE de los decretos en pandemia, bien por tanto consejo desbordado en las redes sociales de cómo ponerse la mascarilla, cómo lavarse las manos o cómo separarse en la distancia social, aliñado ... todo ello con esa desbordante escuadra de memes o de noticias falsas de todo tipo. Y es que estos sesenta días, que ahora van por quince más, dan para mucho. Todos hemos cambiado, ya no quedamos para vernos, nos citan para reuniones 'zoom', nos mandamos 'whatsapps y emojis', nos pasamos horas delante de la pantalla del ordenador y, cuando salimos a la calle, vamos solos y embozados. Hasta el gobierno ha cambiado en el habla y no sólo por esas cosas de la 'cogobernanza', la contención o la nueva normalidad, sino porque antes para ellos éramos hombres y mujeres o trabajadores y trabajadoras y, ahora, con lo de la pandemia, hablan de contagiados, que no de contagiados y contagiadas; o de fallecidos, que no de fallecidos y fallecidas. Y como a las altas hospitalarias no les dio tiempo para que alguna ministra dijera algo así como altas y altos, ahí se quedaron, en altas, menos mal.

En el Congreso de los Diputados hemos visto otra nueva ceremonia más de Sánchez con la anuencia de Ciudadanos que avala así la nueva propuesta de alarma. Triste paradoja la de este partido nacido como socialdemócrata y luego converso en liberal empeñado en situarse como bisagra en un país como el nuestro que se ha convertido en el imperio de los unos contra los otros y donde ahora impera el no sobre el sí. ¿Se acuerdan de aquello de «qué parte del No no entiende usted?» No es no, repetido hasta la saciedad. Pues bien, a mi modesto entender, el apoyo de Cs a Sánchez ha conseguido, como primera respuesta, hacer público de inmediato el acuerdo del PSOE con Bildu para acometer la contrarreforma laboral que le tiene exigida Podemos y, de inmediato, facilitar más tiempo a Sánchez para recomponer esa mesa por la que se pelean con empeño las izquierdas republicanas de Cataluña. Vamos, un pleno al bingo. Pesadillas pueden llegar desde ahora a Dª Inés y a sus socios por no haber calibrado su voto a una cosa que tan pronto se ha tornado en otra, el mejor entendimiento de Sánchez con los independentistas del Norte y del Este. Pesadilla de cuarentena.

Yo también he tenido ya una pesadilla en esta larga cuarentena del coronavirus y no hace tantos días que se me metió entre sueños. En ella aparecía el presidente, terno azul, camisa celeste y corbata de tonos rojo mate, hablando y hablando en otra de esas largas intervenciones suyas televisivas para explicar su plan de la nueva normalidad y, de paso, para dar un cerrojazo a la comisión de ministros y vicepresidentes que hasta ahora había estado en lo de la pandemia como mando único, dejándonos al Sr. Illa como único portavoz de estas cuestiones y pudiéndose ya quedarse él solo, presidente y mando supremo.

Sobresaltado, me desperté y, en ese estado que va del sueño a la consciencia, sentado al borde de la cama buscando a tientas suelo fresco donde plantar mis pies para despejarme y huir de aquel pavor, esa vocecita que siempre queda en estos trances maquinaba aún en mis atribulados pensamientos tratando de justificar lo soñado y atreviéndose, la muy bribona, en querer dejarme impregnada su interpretación de por qué podría haber sido elegido el ministro de sanidad en un país de autonomías en que pocas competencias ya se le confían que no fuera por premiar con sonado nombramiento a un fiel compañero. ¿Quién, pues, para este cargo? Otra vez miró el presidente hacia el nordeste español, allí donde vive Iceta y, de entre ellos, encontró para lo que en su día pudiera resultar, un socialista catalán de esos que hoy pueden ser federalistas y, cuando haga falta, socios de independentistas. Gracias a Dios, tras tanta angustia, me fui despertando poco a poco, pero, ya les digo, Illa, Sánchez, qué pesadilla.

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