Otro honorable sin honor

E, ítem más, con lo que le puede pasar a ese prófugo recogido en Waterloo, mentor de Torra , que si bien no ha perdido aun formalmente la honra la tiene en cuestión con esa conducta de prófugo de la Justicia.

Lejos queda aquel honor del Presidente Tarradellas, honor y honra que, bien pronto, cuando se perdió su respeto por el advenimiento de su sucesor al cargo, perversamente se empezó a contagiar como bien se vio con lo de aquel famoso tres por ciento que Maragall afeara ya que, dos de los honorables presidentes de la Generalidad catalana han sido ya juzgados y sentenciados, uno de ellos ha tenido que ver que su sentencia ha devenido en firme y, el otro, ha recibido hace unos días del Tribunal Supremo la ratificación de su condena dictada previamente por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que encontró a Torra reo de desobediencia.

Y nada político ha nublado estas condenas sino la detestable costumbre de usar los dineros públicos en lo que no se puede, como igualmente pensar que por ser presidente de un gobierno autonómico no se está sometido al imperio de la ley en España y que se está por encima del bien y del mal y de cualquier otro español.

Quedan, pues, como decía, dos resoluciones judiciales más, la de Pujol y la de Puigdemont , si las cosas llegan a juicio y sobre el mismo se dicten sentencias condenatorias pero, la triste verdad es, que de estos cuatro presidentes catalanistas, Pujol, Mas, Puigdemont y Torra, dos la han recibido ya y las de los otros dos, Pujol y Puigdemont, están por verlas llegar.

En la vieja cárcel gaditana, hoy Casa de Iberoamérica , sita en la calle que recuerda a Doña Concepción Arenal, se dejó ver una gran lápida con un hermoso pensamiento suyo: «Odia el delito y compadece...». A mí no me gusta mucho eso de odiar y yo creo que Doña Concepción, por el signo de aquellos tiempos y su decidida vocación en pro de los demás, usó eso del odio para enfatizar su postulado cuando, quizás, hubiera quedado mejor con un escalón inferior, el del repudio o el del rechazo, por ejemplo, pero lo que sí es notorio, y hay que admitir que lo quiso dejar bien claro, era que lo del delito no está nada bien así que, ahora, que tenemos frescas tantas cosas con lo de estos honorables y sus sentencias, más aborrecible será todo esto puesto que, siendo como son personajes públicos que deberían haberse regido por una ejemplar conducta, bien podrían haber tenido presente lo de la mujer del César, aquello de que «además de serlo ha de parecerlo», ya que por norma serán protocolariamente honorables, pero, la verdad, que con sus probadas conductas, la cuestión no resulta nada clara.

Y aún es peor la cosa porque, sin honra o con ella, estos dos señores mantendrán su muy honorable señoría y su muy agraciado retiro con buena paga, una oficina para seguir en lo suyo, asistentes en la misma que les harán más fácil la vida, coche oficial, conductor, escoltas, qué sé yo cuántas cosas más y, he aquí que, con todo ello, es con lo que se me hace todavía más difícil seguir literalmente en su plenitud el pensamiento de Doña Concepción puesto que, con estas bicocas que se van a quedar tan muy honorables señores después de todo, la verdad es que me resulta muy difícil eso de compadecer a estos dos sentenciados.