Enrique García-Agulló

Otra censura

Me había prometido no insistir en lo del virus, pero esto no es que no se vaya, sino que la cosa está bastante delicada

Enrique García-Agulló

En este país nuestro que se ha estirado a toda clase de uniones y desuniones, en el debate de la pasada moción de censura hemos encontrado a un Casado, de nombre Pablo. He tenido que pasar más de día y medio para que, casi al ... límite del tiempo de sus dos sesiones parlamentarias, surgiera este hombre Casado, de nombre Pablo, que después de tantos dimes y diretes, de tantos recelos y desconfianzas, ha subido a la tribuna del Congreso de los Diputados para poner punto a las íes, para que se limitaran los linderos del espacio político español.

Me ha parecido un debate inquietante e interesante. Inquietante en tantos malos modos y peores descalificaciones. Interesante porque hasta el último minuto, como pasa en las buenas películas y en las buenas novelas nadie ha podido contar el final hasta que este Casado dejó señalados los linderos. La censura promovida por Vox iba en camino de favorecer al censurado gobierno social comunista pero dio un giro vertiginoso que, hasta los propios protagonistas forzosos de esta historia, candidato y censurados, dejaron de hablar de la censura y empezaron a ocuparse del discurso de Casado.

A la hora de escribir estas líneas muchas y muy autorizadas voces y plumas han estado hablando y escribiendo sobre esta curiosa circunstancia de una moción de censura donde censor y censurado acaban hablando de un tercero y, por eso, hasta aquí, voy a llegar yo en este comentario, no sin antes alegrarme por haber podido tener la oportunidad de ver en tiempo real a un Casado nuevo en este país de tantas separaciones y separatismos.

La verdad es que yo quería escribir hoy de otras cosas y no puedo hurtarme a hablar de ello. Me había prometido no insistir en lo del virus, pero esto no es que no se vaya, sino que la cosa está bastante delicada. Y me había propuesto dejar de hablar tanto del Covid-19 porque muchos son los sufrimientos que la humanidad está padeciendo por ello, muchos sustos y más preocupaciones pero es que, en estos días en los que el toque de queda y el estado de alarma parecen que toman posición, hay un tema que no quiero dejar pasar por alto y es el que se refiere a los jóvenes.

Ahí los tenemos o ahí nos los ponen en cada informativo todas las cadenas de televisión, todos los diarios, todas las emisoras de radio. Estudiantes de los que se dicen que son universitarios y que, con total desprecio de su salud y, lo que es peor, de la de quienes estén junto a ellos, organizan fiestas, se lucran de las mismas y participan sin control ni protección alguna ni, por supuesto, respeto de las distancias. Afortunadamente son casos aislados y ni tan siquiera son casos que generen únicamente los universitarios porque en esas fiestas los habrá que lo sean o no pero el problema es que se nos esté dejando ver ese aberrante espectáculo como si fuera exclusivo de la población estudiantil, o sea, entre quienes están abocados en el futuro a optar por especiales situaciones de singular responsabilidad. Preocupa esa falta de conciencia, esa inconciencia de la que entre bailes y copas hacen alarde.

No son todos, claro, sino unos pocos, y algunas Universidades han empezado ya a abrirles expedientes de expulsión, pero hay que hacerles una llamada a la razón para que asuman que esto no es una juerga, que hay que contenerse como en otros graves momentos de la historia se supo contener la juventud. Se lo debemos a nuestros sanitarios y a nuestra sociedad, que hacen más de lo que pueden por salir de esta horrible tragedia. Y si ellos persisten en conducirse así, merecen, por su desconsideración, esa otra censura que al inicio les dejaba invocada.

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