Enrique García Agulló
El mundo está enfadado
El mundo no está hoy para chiste alguno, ni para hacer reír, ni tan siquiera para una sonrisa porque cada día nos protesta con una nueva calamidad casi apocalíptica
Allá por los sesenta, pudimos ver en las pantallas una desternillante comedia americana que, al menos en España, llevaba el título de “El mundo está loco, loco, loco”, protagonizada entre otros por el genial Spencer Tracy. En la misma se iban sucediendo, muy al estilo ... del cine cómico americano, escenas tras escenas que nos llevaban a una hilarante y creciente carcajada, pero el mundo no está hoy para chiste alguno, ni para hacer reír, ni tan siquiera para una sonrisa porque cada día nos protesta con una nueva calamidad casi apocalíptica.
Algunas de ellas se han convertido en una segur constante que se cierne amenazadora sobre nuestras cabezas en forma de fatídica estadística de porcentajes y cifras, que llenan nuestras pequeñas pantallas con la información de la pandemia por el dichoso virus que nos atenaza y que no faltan en cada informativo con sus pavorosas cifras, la marcha de las vacunas, las descontroladas francachelas de nativos y guiris en estas noches veraniegas, los fallecimientos, índices, camas de UCI o números de hospitalizados. Estos informativos, salvando las distancias, me retrotraen a aquellos gráficos que, en la semana del DOMUND, nos pintaban en la pizarra los profesores con tizas de colores, (que, por cierto, eran ellos los únicos que las tenían frente a las más modestas blancas que usábamos nosotros), dándonos cuenta de la marcha de las recaudaciones para las misiones. Hoy traen a colación números de muertos, hospitalizados, vacunados o no vacunados.
Pero es que en su labor cotidiana no están faltando días en los que nos traigan, a la hora de comer o de cenar, riadas enormes por Alemania y el centro de Europa con no sé ya cuántos muertos y desaparecidos, o riadas en la China “covídica” que también arrastran por sus calles en un pavoroso cóctel de aguas turbulentas, lodos o troncos, personas, coches, casas que se derrumban o animales sin vida, amén de todo polideportivo que se precie con muchas camas de campamento, cajas de alimentos, montones de ropa o pilas de botellas de agua con todo ese plástico que luego irá sumándose a las basuras flotantes que se trasladan por el mar del uno al otro confín, imágenes y cifras de los llamados países del primer mundo y aún en algunos del segundo, que, del tercero, pocas nos ponen ni informan.
Y vemos desgajarse de aquellos hielos que creíamos sempiternos grandísimos pedazos que las cámaras logran captar en el momento en el que caen al mar para que podamos verlos así entre ese color azulado y grisáceo de los viejos glaciares. Y, si no, la costa del Pacífico en llamas desde Canadá a California, llamas que no se consiguen apagar como las de Turquía o las de Italia e incluso hasta en la propia Siberia, allí donde no llegó ni el mismísimo Miguel Strogoff. Aún más, volcanes y terremotos, con la renovada desgracia de Haití donde, semanas después del magnicidio, un nuevo seísmo ha asolado esta mitad de la Isla de la Española dejando un largo reguero de miles de cadáveres, desaparecidos e incontables pérdidas materiales.
Para colofón esta semana Afganistán, una guerra mantenida durante veinte años y perdida en siete días con consecuencias expectantes de cifras que las televisiones ya están deseando ponernos en la pizarra de la información y que ya nos ha dado la paradoja de un presidente del gobierno que llega tarde y de un alcalde ofreciendo lo que no tiene ni para sus vecinos ni, por supuesto, para atender todos esos campamentos de refugiados urbanos esparcidos por la ciudad. Kennedy les dijo a sus compatriotas que no preguntasen qué podía hacer el país por ellos sino qué podían hacer ellos por el país. También tendremos que meternos en la cabeza todos qué podemos hacer aún por este mundo que tan enfadado está.