Enrique García-Agulló
¿Monarquía o República?
Hoy, como si el período taifa no hubiera acabado, algunos vascos y catalanes quieren romper España a través de minúsculos proyectos de repúblicas.
Es cuestión principal que domina hoy el tablero de equilibrios en el que se ha convertido este equipo de gobierno nacional que hoy rige y que, posiblemente, en dos o casi tres años más, podrá seguir rigiendo los destinos de los españoles. Es tema permanente ... en las tertulias televisivas o en sus informativos, es lema de muchísimas publicaciones y manifestaciones políticas y es el despegue de un sector de la sociedad a la que se le quiere hacer ver que lo más importante hoy es saber quién ha de ocupar en el futuro La Zarzuela, si Su Excelencia el Presidente de la República o Su Majestad el Rey .
La Península Ibérica nos deja ver la vieja Hispania como una unidad geográfica social bien diferenciada desde los Pirineos y por todas esas costas que bañan el Cantábrico, el Mediterráneo y el Atlántico con sus islas y peñones adyacentes aunque, con tantos avatares acaecidos, hoy la compartamos con la nación hermana portuguesa, el Principado de Andorra o la tozudez británica de la colonia de Gibraltar pero, sí, fue dentro de esas lindes donde comenzó a construirse el espíritu hispano, con Tartessos, Gadir o Gades, Lusitania, Numancia, Itálica, Marcial, Séneca, Trajano o nuestros paisanos, los Balbo pero, para poder llegar pronto a donde quiero, debo coger algún atajo y dejar a un lado por ahora el encuentro de nuestros viejos reinos y clanes con los romanos que, ciertamente, fueron los primeros en organizarnos como un único territorio, con los que convivimos algo más de seis siglos y a los que dimos personajes sabios, cultos y de gobierno después de casi los mismos siglos en los que habíamos ya compartido antes tierra e intereses con fenicios, griegos o cartagineses como con todos sus jefes de pueblos y armas, senados y consulados, emperadores, condes, caudillos o reyes. Europa luego nos trajo a los godos insuflando una nueva sangre en la ya bien asentada sociedad hispanorromana y Oriente, algo más tarde, el Islam.
De aquéllos, un vago recuerdo en honor a su interminable lista de reyes. De los otros, parte de nuestros pecados capitales posteriores porque al poco de llegar ya se separaron de Bagdag constituyendo en Córdoba un califato alternativo que devino con los años en veintitantos reinos de taifa, de la misma manera que, siglos más tarde, en el XIX, los criollos españoles se separaron de España en Ultramar creando, con alguna excepción temporal, una suerte de repúblicas que son hoy todas esas sociedades soberanas del continente americano enriquecidas con un mundo multiétnico fruto del indigenismo, del mestizaje o de los hijos de la odiosa esclavitud. Y, hoy, como si el período taifa no hubiera acabado, algunos vascos y catalanes quieren romper España a través de minúsculos proyectos de repúblicas.
Dicho esto, si tomamos a España como una única nación desde principios del siglo XVI, acabado el capítulo musulmán y unidos los reinos de Castilla, Aragón y Navarra en un mismo trono, hasta hoy contamos prácticamente con quinientos años de monarquía, diecisiete reyes y reinas, dos años y pico de una regencia como la de Serrano, once meses de la I República con cuatro presidentes, o sea, casi uno por trimestre, otros cinco u ocho años de la II República, según se cuente, con dos presidentes y un presidente interino, sí, pero con veintiséis gobiernos, o sea, casi a gobierno por cuatrimestre, y con una dictadura de casi cuarenta años después de una guerra entre hermanos. Y esto a mí, me lleva a pensar en quién o quiénes quisieron una nación unida y creciente o en quién y quiénes no la quieren ver así . La realidad de las cifras es que, desde nuestros primeros pobladores históricos hasta hoy, prácticamente treinta siglos, tres mil largos años, fueron reinos, imperios y condados los que nos rigieron frente a los otros seis años que duraron ambas repúblicas, sin olvidar los dos del General Serrano o esos largos treinta y nueve años del General Franco. Lo triste y pesaroso es que, entre tanta discusión, desde nuestra primera Constitución de 1812 a la nuestra de 1978, en estos dos revoltosos siglos, de los dieciocho Jefes de Estado de nuestra Nación, fueran reyes o presidentes, nueve tuvieran que morir fuera de España.