Enrique García Agulló
Mezquindad y gloria
Cada día ansío más un soplo de entendimiento sin rencor que me deje elegir con quietud ceder a manos ajenas mis cívicas inquietudes
Hay políticos que producen hastío, cuestión harto peligrosa porque nos puede llevar al desapego y a caer en la tentación de conformarnos con que las cosas sean así. Quizás aburrimiento y aplanamiento es lo que busquen algunos como pasa con Internet y sus nuevas tecnologías ... de la comunicación que cada día empequeñecen más nuestra condición de individuos transformándonos en meros usuarios sometidos al imperio del algoritmo.
Recuerdo a mi padre que en su jubilación se empeñó en memorizar el diccionario de la lengua haciendo de cada una de sus definiciones una suerte de fichas que fueron objeto de enorme aprecio entre sus hijos y nietos. Para mí fue siempre una mina, me acostumbró a su uso y a respetarlo. Lo traigo hoy a la memoria al acordarme de una ocasión en la que, hablando de las curiosidades de nuestro idioma, me animó a publicar un artículo bajo el lema ‘De lo benéfico y de lo venéfico’. Hoy va todo a peor porque, aunque haya muchos políticos que lo estén haciendo bien, con virtud y honestidad, destacan sin embargo todos esos que contaminan la paz social con tanto veneno como el que destilan.
Poner la radio o la tele empieza a ser cansado porque, más allá de lo que pensaran de nosotros Bismarck y Machado o que Goya pintara, las cosas entre los políticos han pasado a mayores de tal manera que lo que uno dice blanco es de inmediato contestado como negro por el otro. Esto desanima mucho y resulta mezquino para un pueblo que merece la generosidad de quienes se ofrecen para gobernar. Ellos y sus palafreneros aburren con tanto choque, con tanta confrontación sin ninguna proposición, que yo, ya que no puedo hablar más que por mí mismo, les confieso que cada día ansío más un soplo de entendimiento sin rencor que me deje elegir con quietud ceder a manos ajenas mis cívicas inquietudes. Alguien que ilusione por su personalidad, su honestidad, su afabilidad y hasta su sentido del humor. Alguien que haga bueno lo que el inolvidable Joaquín Garrigues nos decía por los 70, que «en los países donde gobiernan los liberales, por lo menos se sonríe», porque es que aquí el cabreo se está expandiendo por doquier.
Platón ilustró a su mundo con la aristocracia como el gobierno de los mejores pero este sano criterio, con el paso del tiempo y con las ambiciones personales, se trastocó, se encenagó y dio paso a codicias que han dejado demasiados jalones en la Historia como para querer volver a resucitarlo. Pero su predicamento debería mantenerse en el imaginario colectivo ya que no debe olvidarse que la política, como arte referente al gobierno de los Estados, debería estar siempre administrada por los mejores, que los hay, sí, bastante y buenos, pero que en este escenario nuestro de cada día no se les puede ver porque el telón de la partidocracia se levanta siempre para los que hablan mal de los de enfrente y se echa siempre para los que quieren entenderse con los de enfrente.
Pienso en un «mejor» como es Rafa Nadal, un grande del deporte al que la Corona bien podría distinguirle por su tesón y sus triunfos, por su sencillez y por su ejemplaridad. Un grande empeñado desde el principio en hacer las cosas bien preparándose para lograrlas. Algo así nos mereceríamos de nuestros políticos, que se preparen para serlo, que sean consecuentes con lo que dicen y prometen, que apacigüen y que día por día se empeñen en servir a la Nación y a quienes la conformamos. Cierto que hay muchísimos políticos buenos, honrados y virtuosos como también hay muchísimos tenistas buenos y maravillosos pero los mejores suelen ser los que más se preparan para ello y tratan de ser honestos con su vocación, como Nadal, satisfacción general de los españoles, nos guste el tenis o no.
Ver comentarios