Enrique García-Agulló
Manda uebos
Colón, Fray Junípero, De Soto, Gálvez o Cabeza de Vaca y tantos otros son parte de la historia de los Estados Unidos mal que les pese
Rúbrica de la disposición transitoria segunda. Se suprime la referencia a las tarifas de conexión para desarrollar el contenido resultante de la tramitación previa en el Congreso de los Diputados. Por último, también por razones de técnica legislativa, una disposición derogatoria que prevé expresamente la ... abrogación del Real Decreto Ley del que trajo origen este Decreto Ley».
Cuentan que fue la lectura de este punto del orden del día lo que hizo famosa aquella fase de Trillo, al olvidársele cerrar el micrófono, y decir con absoluta y explicable normalidad, «manda huevos», que aún se recuerda tanto. Al igual que dicen le pasó a Bono desde su misma solemne función política cuando largó aquel «estoy hasta los huevos, estoy trastornao», que se recuerda menos.
Traigo hoy a colación este aforismo que dicen que proviene del latín mando… «opus», porque lo que está pasando en los Estados Unidos o en el Reino Unido y ya en España por una parlamentaria nuestra que sigue la corriente, no deja de elevar exponencialmente al infinito a qué punto de estulticia se está llegando con todas estas cosas de tirar al suelo estatuas de Colón o de Fray Junípero de la Serra en los Estados Unidos donde sus primeros pobladores «norteamericanos», precisamente, eran de natural esclavista, inclusos sus alabados padres de la patria como, por ejemplo, Jefferson, cuya efigie sobrevive aún en los billetes de dos dólares que ningún americano negro o blanco se atreve no ya a quemar sino a dejar de usar y que tuvo a centenares de esclavos en su hacienda Monticello.
Los Estados Unidos, hijos separados del Reino Unido, fueron esclavistas hasta hace siglo y medio, hasta su Guerra Civil, cuando España ya en su metrópolis dejaba de serlo aunque sus hijos americanos de Cuba y Puerto Rico mantuviesen esta odiosa situación unos pocos años más. También aquellos colonos que nos hemos hartado de ver en el cine cruzando en carretas las grandes llanuras, mataban indios e indias por el mero hecho de serlo, como el que dispara a los patitos en las casetas de ferias, vamos. En América nació aquello de que «el único indio bueno es el indio muerto», no sé si porque lo dijera Sheridan o Custer o porque lo ideara algún iluminado guionista de cine, pero ellos fueron los que crearon el Ku Klux Klan, los que ocuparon a los chinos de aquella manera en los tendidos de las vías férreas y son los que persiguen y acosan con «la Migra» a los otros americanos.
A todos estos connacionales advenedizos de lo americano, los de las hamburguesas, de los refrescos de cola, de los pantalones vaqueros, de ir a Nueva York o a Hollywood, los que no pueden vivir sin los mandatos de Silicon Valley, les comento que no dejen España sin leer antes las Leyes de Indias de un temprano siglo XVI ni, por ejemplo, las intervenciones contra la esclavitud de Guridi o Argüelles en 1811 cuando las Cortes discutían en Cádiz nuestra primera Constitución y condenaban con firmeza la esclavitud.
Colón, Fray Junípero, De Soto, Gálvez o Cabeza de Vaca y tantos otros son parte de la historia de los Estados Unidos mal que les pese. España erigió allí la primera ciudad de piedra y ladrillo, San Agustín, Florida, y fue después cuando los británicos construyeron sus primeros fuertes de troncos pocos años más tarde desde donde auspiciaran las guerras contra los pieles rojas hasta sus más trágicos extremos y a las que, de inmediato, siguiera la gran migración forzada de esclavos africanos liderada por lusos e ingleses. España contribuyó al mestizaje, al intercambio de pueblos, pero los blancos norteamericanos apostaron por la separación de razas como aún siguen manteniendo cuando distinguen a sus ciudadanos por el color de la piel o por la lengua que hablan, hispanos, asiáticos, nativos o afroamericanos. Si en vez de llamarlos así los nombraran simplemente americano o ciudadano todo podría empezar a cambiar sin tener que ir arrastrando por las calles estatuas derribadas de quienes abrieron a sus generaciones anteriores una tierra donde sobrevivir y que, además, que se sepa, no se señalaron precisamente por vender en América personas africanas como esclavas.