Mañana se volverá a votar
Para lograr la prosperidad, Andalucía bien merece un voto sereno y centrado en hacer soñar también a los nuevos electores con la certeza de que existe una España capaz para todos y donde todos quepamos
Hace 45 años, el 15 de junio de 1977, reestrenábamos nuestro derecho por decidir quiénes nos iban a representar en la Nación. Nuestra generación, y la de los mayores con los que entonces convivíamos, gozamos de un sentimiento común por nuevos y antiguos deseos hechos ... realidad que hicieron aquel día grande.
1977 fue una suerte de acicate para la Constitución porque, después de la de 1931, más sesgada, y lo del amago de las Leyes Fundamentales, afectas a un único sentir, colmó y calmó el goce pacífico de los españoles para vivir en común. Pero, para mí, como proceso electoral, las que de verdad me confirmaron el sentido de entendernos ya dueños de nuestro destino, las verdaderas primeras elecciones fueron las siguientes, cuando fuimos a votar con el aval y la garantía de hacerlo en el seno constitucional, cuando el mapa político se completó con la presencia de todas las opciones, cuando las calles se llenaron de todos los colores y cuando los partidos se encontraron de verdad con el apoyo o con el desapego.
He estado releyendo el trabajo que sobre aquellos comicios escribiera entonces Pedro J. Ramírez. Su título decía mucho, ‘Así se ganaron las elecciones, 1979’, normalizando las urnas tras el fallecimiento de Franco, el harakiri de sus Cortes, el referéndum de 1976 sobre la Ley de Reforma Política o las de 1977, las de las Cortes constituyentes.
En ese trabajo contaba casi todo. Confieso que al volver a coger el libro me embargaron tristes sentimientos y melancolías porque, desde su foto de portada, tras Adolfo Suárez, se ve sentado en su escaño a ese buen amigo gaditano al que nunca podré agradecer en todo lo que valió la serena y continua amistad que me deparó hasta el aciago final de sus días y que, por fortuna, tanto mi mujer como yo, seguimos manteniendo aún hoy con su esposa y gran compañera. José Pedro Pérez-Llorca tuvo un papel esencial en la formación de UCD, como la del buen diplomático que quiso ser. Callado pero certero. Y muy agudo en sus cosas, como aquel intercambio personalísimo de los mensajes cabalísticos que se cruzaba con el presidente Suárez y que sólo ambos sabían interpretar.
Las viví muy de cerca y trabajé en ellas con aquel otro personaje también recordado en el libro, Joaquín Garrigues. Y con Soledad Becerril, su voz en Andalucía. Joaquín, más extrovertido, llenó de frescor e ilusión la política frente a esa otra que durante demasiados años se había mostrado severa y formalista. José Pedro, con su sagacidad, contribuyó particularmente a que aquel proyecto reuniera en una acción común a muchos dispares demasiado creídos de sí mismos. Con personas como ellos confirmé que, aunque la política no fuera lo primero en la vida, sí que era muy importante hacerlo bien. Como un día me dijo Antonio Fontán, «no siendo un profesional de la política, sino un profesional en la política».
1979 apostó por el reencuentro desde las diferencias y, aunque hubo choques como los hubo, reinó el deseo de los españoles de vivir la democracia en paz proponiéndose espacios de encuentros como aquellos Pactos de La Moncloa o de Toledo, nada que ver con la posterior degeneración que sufrieran las siguientes situaciones tales como lo del Tinell o lo del «no es no». Hubo choques, sí, pero también entendimientos. Y alternancia en el poder, sí, pero alianzas tan extrañas y hasta contra natura como las que hay ahora, no.
Mañana los andaluces podremos volver a votar y muchos ansiamos una región que pueda competir con las demás en parámetros de igualdad, con menos enfrentamientos y con más entendimientos. Para lograr la prosperidad, Andalucía bien merece un voto sereno y centrado en hacer soñar también a los nuevos electores con la certeza de que existe una España capaz para todos y donde todos quepamos.