Enrique García-Agulló
I have a dream
No me sirve la actual postura para acostumbrarme a que la mentira siga aquí instalada en la política
«Ahora que vamos despacio, ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras, tralará, vamos a contar mentiras, tralará, vamos a contar mentiras...».
Este año también tenemos elecciones. De momento, las del 4 de mayo en Madrid si las desventuras de tan febles pactos como ... los que pululan por España no provocan nuevos comicios por cualquier otro lugar. Y, claro, con las elecciones, cosas que se dicen y que no se harán, promesas que vuelan y que volarán, todo en una suerte de eclosión verbal incontinente. Y, además, aliñado ahora con lo que nos pueda caer por ese informe sobre España elaborado por la Secretaría de Estado norteamericana tal que un TAC político que parece diagnosticar por qué pueden temblar aquí las libertades. Ítem más, con lo que diga el informe de la UDEF sobre Podemos.
Empezaba con aquello de que «ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras», porque nuestros políticos siguen sin salir de esa rueda, que ya ven ustedes lo que trae consultar de vez en cuando la hemeroteca. Un presidente que no dormiría tranquilo con Iglesias en el gobierno, un ministro que dio no sé cuántas versiones sobre la entrada de la bolivariana en Barajas o un candidato socialista arrancando con que va a construir 15.000 viviendas en Madrid ¿Hemos olvidado los andaluces lo de las vacaciones pagadas a las amas de casa, las habitaciones de hospital con un solo paciente, el ordenador para cada alumno o la sempiterna promesa de crecimiento del empleo? Qué cierto era aquello de que España no se merece un gobierno que mienta, pero por la vertiente adecuada, no que nos estén acostumbrando a convivir con la mentira y que aquí no pase nada.
No se nos aclara cuál es la vacuna que se va nos va a poner ni cuándo, pero, los que gobiernan, bien que saben lo que quieren sumando los votos de sus alianzas para promulgar mientras leyes de interés propio como la de la eutanasia o la de educación, favorecer las periferias o relegar el castellano al rincón de los castigados.
Nosotros, los que no somos gobierno ni candidatos, no sabemos si se está vacunando como es preciso porque mira que salen octogenarios en los informativos contándonos que todavía no les han llamado. Y hasta nonagenarios y centenarios, que todos tenemos nuestra encuesta particular entre familiares y amigos próximos a esas edades esperando a que les llamen.
El español es bueno y, a lo que se ve, parece que hasta el presente no le importa mucho que le mientan ni los que gobiernan ni los que quieren gobernar, pero yo, quizás por ser hoy un día tan singular, quiero proclamar mi fe en el político honroso. Sueño que, cruzando la raya de ese nebuloso horizonte que atisbamos al final de lo que hay aún podamos encontrar el aprecio a la verdad, aunque vayamos lastrados de desconfianzas y resquemores. Quiero cruzar ese horizonte porque ansío encontrar políticos honestos y honorables que, aún siendo de distinto credo y ejercicio políticos, busquen por el diálogo el encuentro de sus desigualdades, que sepan hacer primar el interés general sobre el propio, casi como hace 60 años clamaba el pastor Martín Lutero King. No le dieron tiempo de atravesar el horizonte porque le asesinaron, pero sus conciudadanos sí pudieron tener el primer presidente católico en dos siglos de democracia, pocos años más tarde un presidente negro y, por fin, una mujer en la vicepresidencia.
Ya sé que nosotros tenemos muchas más vicepresidentas que ellos y todo eso, sí, pero, créanme, aún así, no me sirve la actual postura para acostumbrarme a que la mentira siga aquí instalada en la política y que, ante la falta de alternativas, no nos quede otra que tragárnosla y aceptarla como animal de compañía.