Enrique García-Agulló
La gaviota
Como muchos más, también están pasando su cuarentena
Cualquiera que coja hoy el periódico y vea el titular de mi modesta contribución semanal, podrá pensar sin errar mucho al principio que, claro, ya está este hombre con el PP y con su simbología, que fue concejal con Teófila Martínez y que, por algún ... sitio y en cualquier momento, le tenía que salir estas cosas al escribir. Y no es que el lector esté errado ‘ab initio’, como diría el clásico, aunque sí ‘in fine’, como podría seguir diciéndolo. No les voy a decir que así lo hayan podido considerar algunos de ustedes antes de leer estas líneas pero ya les digo que no voy a tratar del PP aunque sí, puesta la pieza en el ojo de mira, aprovecharé ya para expresar cuán agradecido me mostraré siempre con la Alcaldesa Martínez por haberme encomendado durante doce años la primera Tenencia de Alcaldía de nuestro Ayuntamiento, su portavocía y la del grupo municipal que lideraba en el que yo participé con todos mis errores y deseados aciertos, pese a haber concurrido yo en su lista como independiente. Gracias, Teófila, por darme la ocasión de trabajar entonces para Cádiz.
Dicho esto, y metido en faena, tampoco voy a olvidar ahora a mi buen amigo y compañero de viaje político, Bernardo Rabassa, hoy flamante Secretario de Relaciones Institucionales del Partido 3ª Edad en Acción, que siempre nos ha contado que ya se movía por este mundo de los liberales cuando aún vivía el inolvidable Don Salvador de Madariaga y que fue a él a quien se le ocurrió la idea de lo de la gaviota como logo, gaviota que tuvimos nosotros también en el Club Liberal 1812 como símbolo e icono y que después, no sé cómo, acabó posándose en los celestes tonos del PP.
Dicho esto, me reafirmo en que no he querido referirme a esa gaviota ya tan mayor que desde los años 70 está volando por el espacio liberal y luego aprovechó también para posarse en el logo popular. Me refiero a nuestras gaviotas, a las que vemos en Cádiz y con las que estamos todos los gaditanos tan familiarizados. Ese pájaro grande, níveo y majestuoso, de chaleco gris ceniza, dorado pico, patas anaranjadas y ojos azules, de ese color que tiene por aquí el cielo los días de levante en calma.
Y es que esta cuarentena tiene para todo. En un día cualquiera de esta semana, que ya no me acuerdo de cuál fuere de los sietes que la completan, mi mujer y yo oímos un graznido tan fuerte y tan cerca en casa que, les confieso, nos sobresaltó. Sigilosamente pusimos rumbo al salón, que era de donde procedía el graznido y allí, en el alféizar de la ventana, abierta de par en par en su función de oreo de la pandemia, allí estaba orgullosa, arrogante y altiva, con sus plumas perfectamente alisadas en su elegante traje de diario, ella, la gaviota, mandona y quieta, observándonos de perfil, desafiante desde su ojo celeste derecho de profundísima mirada.
No me dio tiempo ni para coger el teléfono y hacer una foto que siempre guardaría, qué pena, y que sin duda mandaría a mi buen amigo Rabassa, pero verla tan cerca y tan dentro de mi vida me hizo pensar que, como muchos más, también las gaviotas están pasando su cuarentena, que les falta comida en los bloques o por el muelle pesquero y que a nosotros, los gaditanos, ahora se nos posan en las ventanas, indómitas y libres siempre, de la misma manera que por otros lares deambulan jabalíes o se pasean corzos, ciervos y hasta zorros y hasta osos alguna vez, buscando algo que llevarse al buche. Cosas de esta cuarentena que va ya por cuarentena y media y que está abriendo demasiadas colas de hambres.
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